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DORA (XI). No tardamos en corrernos y se diría que el estímulo definitivo fue el mismo para ambos. Es algo difícil de precisar y poco común. Según la teoría de las catástrofes existe un punto límite, imposible de determinar, a partir del cual un proceso cambia radicalmente de dirección. Es extraño pensar que ese punto límite fue el mismo para los dos.
Las comisuras de sus labios se arrugaron levemente intentando contener una sonrisa. En ese momento un chorretón de esperma fue a estrellarse contra su cara y otro le apagó el cigarrillo, más con el golpe que con la humedad. Aquello nos hizo reír a los tres más que un chiste tonto de esos que te dejan desfondado e inerme como un fumador de hachís. Dora fingía no saber qué hacer con el cigarrillo y lo soltó en el cenicero, sin dejar de pensar en la taza del water.
- Si te molesta el humo hay otras formas de decirlo cariño.
- Lo siento - dijo M - normalmente no tengo tan mala puntería.
Cuando por fin pudimos parar de reír, aún derrumbados en el sofá, Dora fumaba de nuevo echando el humo sobre nuestras pollas que se enfriaban lentamente a la luz del cigarro.
Sólo se oían los rayos del sol al chocar con el cristal de las ventanas y así estuvimos un buen rato.
-¿Qué fue del payaso? ¿Por qué nos has contado esa historia?- Le pregunté -. Le has dado tanta importancia como la tuya propia. Es como si te hubiera marcado...
-¡Era un llorón! Y no aguanto a ese tipo de gente - me interrumpió - no les basta con arrastrar su pena por las esquinas todo el santo día. Necesitan hacerte responsable. No buscan una salida a su situación, lo que quieren es que sufras tú también y si pueden conseguir que te sientas culpable ¡mucho mejor! ¡Puto chantajista! Me ha sentado bien quitarme toda esa mierda de encima. Es algo que no he podido contarle a nadie. Tenía que sudarlo como se suda una gripe.
Nos despidió en la puerta de la caravana arrugando la frente por la intensa luz del mediodía mientras se ajustaba la bata. Miraba hacia el cielo como si le importara que el tiempo fuera a cambiar.
Después de aquello no pudimos volver a verla. No llegamos a tiempo. Un día, a traición, el circo levantó el vuelo en un remolino de leones , trapecios y estrellas de Titanlux que se tragó el horizonte. Atrás dejaron un solar con las cicatrices de la acampada sobre el barro seco y al lado el Palacio Municipal de Deportes más solitario que nunca.
Y pasó el tiempo como pasa en las buenas películas: rápido y con música.
Aún guardo la historia en un cajón.
M no hizo fotos.
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Publicado el lunes, 9 de julio de 2007, a las 23 horas y 00 minutos
[1] Vaya final. Me encantan las tres últimas frases. Una recomendación: La noche, de Antonio Soler. Es su primera novela y no la más redonda. Pero habla del mundo del circo.
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