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OJOS QUE NOS VEN.... La casa, en el barrio más caro de la ciudad, estaba deshabitada. Tres plantas con fachada neomudéjar en ladrillo rojo y tejado pinchanubes erizado de buhardillas de las que esconden apolillados secretos de rancias familias decimonónicas.

-Es la casa de aguas- dijo alguien, pero no supo explicar por qué. Para mí estuvo claro al instante. La casa estuvo, en algún momento, esculpida en agua desde los cimientos a la veleta, en tonos azules y plateados, con las paredes acusando la vibración de la superficie de un lago en un día frío.

Nos colamos allí sin permiso, en pleno día, a través de un pequeño jardín contiguo que estaba muy descuidado.
En la casa de aguas vivía un centenar de maniquíes, apiñados unos contra otros, en pequeños grupos, tirados en el suelo, detrás de las puertas, en la cocina, en los dormitorios, en fila india a lo largo de pasillos estrechos.
Allí dormitaban en penumbra, hablándose al oído, mirando de reojo a los entrometidos, blancos y desnudos como gusanos ciegos.
En el amplio salón de la casa un grupo de ellos parecía dispuesto para un baile a oscuras y en silencio.
Algunos estaban incompletos, mancos como estatuas griegas, exhibiendo muñones de cartón piedra.

En un rincón varias cabezas nos miraban indefensas desde el suelo.
Uno de mis amigos hundió el pié en la que tenía más cerca.
-Los ojos, lo mejor son los ojos-dijo y se dedicó a destrozar el resto de la cabeza para desprender unos ojos de cristal que no sabían dónde mirar con tanto golpe.
Aquellos maniquíes con el paladar pegado a los dientes, clavados al suelo por sus tacones, con el pelo injertado creciendo áspero como un campo de trigo, con la sonrisa congelada en un perpetuo rigor mortis, imitaban en cristal inflado los más mínimos defectos del ojo humano.
Todos hicimos lo mismo y, después de un rato, sólo cuando fuimos conscientes del ruido que estábamos haciendo, cesó la matanza.
Abandonamos la casa a toda prisa, envueltos en una nube de polvo, pensando que alguien podía habernos oído.

Nadie reparó en nosotros y cuando alcanzamos la calle lo único que nos quedó fue la sensación de estar huyendo del lugar de un crimen.

Desde la oscuridad del interior de nuestros bolsillos, los ojos seguían mirando.

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Publicado el miércoles, 26 de octubre de 2005, a las 19 horas y 25 minutos


[1] Siempre hay alguien observando.
Me gustan tus historias, son inquietantes, impactantes y ......antes también
Comentado por YOYAYOYYAYA | 27/10/2005 21:38 | http://www.nadablanca.blogspot.com/






Ilustración de Toño Benavides
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