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MICROSUEÑO. Hubo una época en la que solía viajar en tren, siempre en compañía de desconocidos. En cuanto salía de la estación empezaba a llover. Esto ocurría cada vez que subía a un tren sin conocer su destino.

Era un buen presagio, en todo caso, y la escena se recogía hacia el interior del compartimento como un caracol en la nieve.
Dentro de la concha el tiempo transcurría a diferente velocidad según el momento. Los primeros minutos se disolvían en una expectante y calculada sucesión de carraspeos y miradas de soslayo. Trataba de adivinar las rarezas de los demás antes de que me pillaran por sorpresa. Sobre todo, lo más importante para mí era evitar que alguien acabara arrastrándome a una conversación de tren. En estos casos lo mejor es disfrutar en silencio de la única compañía de las rarezas propias.

Kilómetros y kilómetros de vía y trayecto en silencio. El paisaje cambiaba de aspecto en cortos espacios de tiempo pero todos los escenarios fluían como pintados sobre una corriente de agua atravesando un pequeño país con todos los climas posibles.

Una corta parada en una estación cubierta de nieve. El exterior parecía muerto pero sólo se había detenido al paso del tren. A lo largo del andén algunos viajeros arrastraban maletas vomitando nubes de aliento tan densas como sus propias tripas.

Veinte kilómetros más allá, atravesábamos un puente metálico sobre el recodo de un río donde algunos bañistas combatían el calor. Los que no chapuzaban en el agua buscaban desesperadamente la sombra de los árboles procurando moverse lo menos posible, como leones tratando de digerir varios kilos de carne de cebra, agobiados por el calor de África. Me quedé un buen rato observando la escena asomado a la ventanilla. Cuando volví a meter la cabeza estábamos a cien kilómetros de allí.

El tren cruzaba Berlín como un somnoliento ciempiés indiferente al humo de los combates. Oleadas de fuego ruso se abatían sobre la ciudad desde el este. En los parques los oficiales de las SS disparaban contra sus familias guardando una bala para si mismos: el último paseo entre los cisnes.

Llegamos a la estación.Un único viajero aguardaba en el andén, de pié, inmóvil, vestido impecablemente con ese ridículo traje bávaro de pantalón corto con tirantes y medias de lama por justo por debajo de la rodilla. Parecía Charles Chaplin pero no era Charles Chaplin.

El tren se detuvo y nuestro compartimento quedó a su altura. La ventanilla enmarcó un primer plano de su cara.
La estación se había mantenido tan ajena a la guerra, como si hubiera estado en Chicago.
El hombre alcanzó su maleta con una ligera flexión de rodillas y subió al vagón.
Con el característico acento alemán de una actor de doblaje preguntó por el destino del tren:
- A Suiza, ¿verdad?
Parecía que todos teníamos prisa por asentir.
En realidad el Tren se dirigía a Polonia pero bastaba que alguien mencionara otro destino para que éste cambiara inmediatamente de dirección.
El nuevo compañero de viaje se sentó a mi lado sin decir palabra. Me miraba fijamente como si me hubiera reconocido y tratara de asegurarse. Finalmente dijo:
-Yo sé quién eres, pero tu no.
En ese momento hacerme el tonto me hubiera convertido en tonto. Así que fingí comprender más allá de las palabras.,
- ¿Y quién lo sabe? - pregunté.
-Sólo aquellos que no tienen miedo- contestó.
Moví un instante la cabeza y cuando volví a girarla hacia él, había desaparecido.
-¡El hombre que estaba sentado a mi lado!, ¿dónde ha ido?- pregunté sobresaltado a los otros viajeros.
-Si, el pasajero que subió en Berlín.
Me miraban desconcertados. Nadie había subido en Berlín, según ellos.
Me hundí lentamente hacia el fondo del sillón intentando escapar de la situación y pensé:
Ahora no habrá nada que me libre de todas las conversaciones estúpidas hasta el final del viaje.

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Publicado el lunes, 19 de diciembre de 2005, a las 19 horas y 24 minutos


[1] por favor. Por favor, cuando descubras quien eres, buscate un hueco para explicarme como lo hiciste. Por ahora no tenga prisa en descubrirme. Sigo empañando el espejo cada mañana para evitar siquiera verme. Pero un día prometo que como Prometeo, realizaré uno de esos viajes en los que, huyendo del gris, descubres como los dem´´as se han empapado en el tintero de color.
Comentado por Messié | 20/12/2005 00:44
[2] Muy bueno, es como una maldición después de la vida, toda la eternidad condenado a viajar por los raíles conociendo personajes sin interés. ¿sabías que a veces esta maldición también se produce en vida?
Comentado por YOYAYOYYAYA | 20/12/2005 01:04 | http://www.nadablanca.blogspot.com/
[3] Revisor. ¿ No será que eres el revisor del tren?
Comentado por El Puñalón | 23/12/2005 13:06
[4] Caro Toño. Usted es muy bueno, compañero. No he leído este relato pero sí que me he dejado caer por esos océanos de letras de Mao, descubriendo algunas perlas, como la flor de Leonor o el noctívago relato de lo acontecido en La Noche. Tiene razón Manuel: es cojonudo.

Prodíguese más, pardiez, y cuéntenos más cosas, o sacos, de La Noche. Me recuerda a ese local... cerca de Malasaña... un piano bar... que ofrece de tapa salchichas al vino a las siete de la mañana... cómo vagina se llama?

Por cierto, servidor pensó que M era nuestro Tigretón, pero advierto que no.

Desde São Paulo, con fervoroso cariño, le saluda,

Matías Bruñulf
Comentado por Matías Bruñulf | 06/1/2006 22:49 | http://www.bestiario.com/mvcuc
[5] Me.... ha flipado tu relato

Un saludo
Comentado por sabbat | 22/1/2006 13:23 | http://imaginate.blogia.com/






Ilustración de Toño Benavides
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