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ACORAZADO-BAR (II). No había ventanas. Bajo el cartel, un estrecho pasillo se ocultaba a la luz de dos bombillas de cuarenta vatios y al final dos puertas a cada lado. En una, escrito a bolígrafo con letra temblorosa en papel cuadriculado se leía: BAR. La otra debía ser el water. En el fondo de aquel corredor la calle parecía quedar muy lejos.
Entramos.
A nuestra izquierda dos mujeres nos miraban inmóviles desde un sofá pegado a la pared y maltratado por las uñas de los gatos. Entre las dos podían sumar más de ciento veinte años y no menos de doscientos quilos. A la derecha unas cortinas de terciopelo rojo colgaban llenas de calvas intentando adornar la pared o quizá ocultaban desconchones y manchas de humedad.
Estaba claro que era un bar porque al fondo había una barra con tres parroquianos de los que parecen atornillados al taburete. No había luz suficiente para distinguir si alguien reía o estaba sufriendo un ataque al corazón en cambio hubiéramos echado en falta los latidos porque el silencio era tal que se podía escuchar el humo de los cigarros moviéndose de un lado a otro.
Bajo nuestros pies el suelo de madera se quejaba como la cubierta de un viejo barco. Los tablones cedían peligrosamente en algunos tramos y dejaban claras dos cosas: que había dos idiotas fuera de lugar y que el ACORAZADO tenía su bodega.
En la barra dormitaba un tipo de esos que llevan el cinto flojo y que cuando se agachan a recoger una moneda te enseñan la hucha. Se acercaba resoplando con las cervezas que habíamos pedido, cuando sonó el teléfono.
El hombre descolgó.
-Hoy tenemos un lleno- dijo mirando hacia nosotros y volvió a colgar.
Después anunció :
-¡El número empieza dentro de veinte minutos!
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Publicado el lunes, 6 de febrero de 2006, a las 0 horas y 46 minutos
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