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MI ROBERT REDFORD. ¡Ese Robert Redford corriendo en El Golpe no tiene igual!

Acabo de visionar más que un movimiento de tierra, más que un terremoto en su fase más bestial, un atentado contra la humanidad.

Acabo de ver sacudir sus generosos 150 kilos mal colocados y peor diseñados rompiendo un pantalón vaquero que el pobre de tanto sufrimiento lo tendrán que sacrificar.

En mi mente le doy a borrar, pero no hay manera, lo vuelven a pasar.

¿Tendré que buscarme un buen psicólogo-psiquiatra que me anule este recuerdo tan mortal?

Yo, como todos los días, he salido a trabajar maletín en mano y sonrisa de verdad. ¡Qué poco me imaginaba yo lo que me iba a pasar! ¡Qué inocentes somos cuando la rutina preside nuestro caminar!

Era un día como tantos otros. Quizá he desayunado un poco más. Desde luego, como siempre me he peinado lo justo para no destacar (ni por gitana, ni por duquesa preocupada en una exclusiva más) y he acompañado mi traje azulado con una colonia especial.

He bajado los peldaños, calentando así unos zapatos muy apropiados para trotar y si quisiera hasta para escalar, sin perder por ello la gracia y el salero que ahora mismo me acabo de adjudicar. Hasta ahí, todo perfecto, así que voy a continuar.

Mis 100 metros lisos de hoy consistían en visitar a un quiosquero, dos abogados, tres o cuatro bancos, y por supuesto, oficina para aquí, oficina para allá. Vamos, lo normal. ¿Quién me iba a decir a mi que mi vida y mi salud mental iban a peligrar?

Cogió la esquina como si fuera garrapata de cemento. Pegado a la pared en todo momento. No es que viniera rápido, es que daba vértigo. Un solo segundo me habría bastado para torearlo... quizá si hubiera andado más despacio, o si me hubiera detenido a escuchar la aburrida conversación que mantenían dos centenarios sobre el tiempo y el campo. Pero, no. Y no me arrepiento, me gusta ser yo en todo momento. Y yo soy atolondrada, rápida y un poco alocada. Lo que se dice un culo siempre en movimiento.

Mucho digo, pero no supe reaccionar a tiempo.

No me embistió de lleno, pero esa ráfaga de aire fétido que le embargaba y hacía que su silueta todavía fuera más ancha y negra, fue lo que me... ¡se me ponen los pelos como escarpias!, ahora entiendo a los erizos y por desgracia a todos aquellos animales que conviven con las mofetas. ¡Menudo sufrimiento!

Estaba a punto de girar la esquina, y como siempre para ganar terreno, apuro la frenada y chupo todo el terreno que puedo de dentro, para no perder ni velocidad ni tiempo. Ese fue mi error, porque la masa humana ya había tomado posición y llenaba toda la esquina y si le hubiera dejado la fuerza centrífuga, toda la calzada y parte de la carretera.

No hubo colisión. La rapidez de mis movimientos evitó una desgracia mayor. ¡Pobre pituitaria! ¡Lo que sufrió!

Yo me aparté. Saqué todo mi cuerpo de la curva alejándome todo lo que me daban las piernas. Y él –la historia y la cámara lenta lo atestiguaran– se dispersó hacía dentro malogrando fachada y monumento. (El monumento soy yo, por supuesto).

Dicen que el roce hace el cariño. ¡Por favor! ¡Por favor! No hubo roce, como mucho un raspón, o un simple toque. Aunque lo suficiente como desgraciarme la pituitaria y el sentido de orientación.

No me dijo lo siento. Tampoco yo.

En mi defensa diré que estaba bajo estado de shock.

Cuando giré, sin reaccionar todavía, envuelta en esa burbuja pestilenta que con provocación iba amablemente repartiendo, no supe de nuevo estar a la altura y cerrar los ojos a tiempo. ¡Que visión!

No era el tamaño. Ni que estuviera gordo o flaco. Ni siquiera que apestara como un camión de basureros repleto. ¡Qué va! Era ese todo... ¡Ese collage definiendo el estado fétido!

Esos pantalones vaqueros que hacían todo lo posible por perderle a lo lejos. No es que se le cayeran, es que los pobres se suicidaban. Y tenían razón, cualquier vida tenía que ser mejor. Si arriba en la cumbre olía mal. En los bajos los pobres tenían que suplicar.

Ese movimiento... esos 150 kilos de mantequilla rebosando.... esas increíbles y auténticas manchas de los sobacos. Ese sudor que se marcaba en la camisa y caía BAJO EL PANTALÓN... ¡El culo! ¡Nooooooooooooo!

Fue el destino. Unos ven con sus propios ojos el horror de la guerra. Otros... unos huelen el hedor de la gangrena. Otros...

El ser humano nunca, nunca está preparado para el horror.

El hombre tenía prisa... Y todos aquellos a los que encontraba por su paso, de pronto les urgía irse a otro lado.

El hombre sudaba... y todos aquellos que le vimos lo haremos mucho, mucho tiempo.

¡Con qué gracia corría mi Robert Redford! Como una gacela. Como una pantera. Como sólo él sabe mover el cuerpo.

De él me quiero acordar. Pero mi mente me la quiere jugar. Veo montañas de putrefacción moviéndose. Veo esas gotas de sudor... ¡Dios! ¡Qué dura es la vida del vendedor!

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Publicado el lunes, 14 de noviembre de 2005, a las 12 horas y 02 minutos


[1] ¿Y qué te pasará cuando te encuentres con un Torrente de la vida? Tiemblo al pensarlo...
Comentado por lpm | 14/11/2005 12:06
[2] No digas más ya os veo, "Dos vendedores y un destino" el remake. Vaya parejita. Aunque también... ¡Seguro que ya tienes "tu" Newman por ahí!
Comentado por Arturo | 14/11/2005 13:25
[3] La vida. suda,mancha,quema.Menos mal que aún se puede fumar a escondidas.
Comentado por el ojo | 14/11/2005 18:21
[4] Lo siento. Lo siento, me falló el Rexona. Robert Redford
Comentado por El Puñalón | 15/11/2005 11:47
[5] ...Es un consuelo recordar, que ya queda poco para las campanadas. Y algunos, como sólo rozán el agua una vez al año. Tendremos el placer, sino podemos correr, de oler una fragancia nueva cuando suenen las campanadas.
¡Ya queda menos!
Comentado por Guindilla | 15/11/2005 16:55
[6] Vaya, tenemos chica nueva en la oficina. Y por lo visto debe de ser per-fec-ta ella.
Comentado por Pele | 15/11/2005 20:00 | ampollasaplenosol.blogspot.com
[7] aliento. todo esto tiene <a href="http://mal-aliento.blogspot.com/" target="nofollow">mal olor</a>
Comentado por luciano | 13/7/2009 09:00 | http://mal-aliento.blogspot.com/






Ilustración de Toño Benavides
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