CARGADA. No sé cómo lo hago, pero por las mañanas salgo andando con mi maletín de trabajo, y vuelvo como si me fuera de viaje a Leningrado.

Esta mañana sin ir más lejos, acababa de constatar en mi cuerpo, que estábamos sufriendo un sol mata cabras, de esos que engañan, que de bueno, ¡nada!... La cazadora hasta el cuello abrochada...cuando al doblar la esquina (y dejarla perfectamente plegada), me he encontrado con un cliente que acababa de venir del pueblo.

Os ahorraré toda la conversación y diciéndoos que he conseguido salir de su portal después de dos maniobras marcha atrás y tres simulacros de incendio. Eso sí, con dos quesos, tres kilos de membrillos y unas supuestas inmejorables galletas caseras. ¡La pera!

He descargado. Y después de acelerar el paso y hacer la mejor marca del año en esos primeros doscientos metros, he pinchado.
La causa del impresionante frenazo han sido unos aburridos clientes que esperaban pacientemente a un autobús inexistente.

¡Casi había conseguido llegar hasta el mercado!

Me han obsequiado con su compañía durante... si un rato son veinte minutos... échale, tres ratos y cuarto, ¡y un frasco de miel!, que no sé si estará bueno, pero pesar... ¡pesa un rato!.

Trabajar: poco y mal, pero prepararme para las olimpiadas... eso lo he hecho genial.