HAMBRE. Apenas nos importa, reconozcámoslo, que millones de niños mueran de hambre o de enfermedades que pueden combatirse con medicamentos que cuestan menos que este periódico.
Según la FAO, el hambre crónica afecta a más de 850 millones de personas, cada año nacen con insuficiencia de peso más de 20 millones de bebés y fallecen más de cinco millones de niños por hambre y malnutrición. Cinco millones.
No te acuerdas de ellos haciendo cola en la pescadería, mientras echas el ojo a unos langostinos, a unas almejas y a unos filetes de halibut, ese pescado que tanto dio que hablar hace unos años, cuando lo llamaban
fletán.
No te vienen a la cabeza en la carnicería después de encargar chuletillas de cordero, costillas, careta, chorizo y morcilla para el fin de semana; estás pensando en cómo te vas a lucir con la parrilla.
Luego, en la frutería, sólo estás pendiente de que no se olvide nada: patatas, zanahorias, calabacín, calabaza, un manojo de puerros y unas hojas de acelga para un puré; plátanos, peras, melocotones, cerezas y manzanas para postres y meriendas; y tomates, lechugas, cebollas, un par de aguacates, una docena de huevos, unas latas de espárragos y una barra de pan.
Llegas a casa cansado pero satisfecho. Tienes provisiones para un par de días, como poco, aunque mañana tendrás que pasar por el súper para comprar yogures, galletas, jamón y lo que se tercie. Atacas al corrusco mientras guardas la compra; milagrosamente consigues que quepa todo en el frigorífico y en la despensa. Luego enchufas Canal Cocina. Como no encuentras ningún programa apetitoso, zapeas un rato. Detienes el mando a distancia cuando te topas, en un documental sobre la hambruna, con un niño famélico.
Está desnudo. Cubierto de polvo. Rodeado de moscas y mugre. Cambias de canal cuando te mira a los ojos.