LA PRIMERA VEZ. ¿Qué es escribir? Según la
Real Academia Española, «
representar las palabras o las ideas con letras u otros signos trazados en papel u otra superficie». Bien, dicho esto, podemos continuar comentando que escribir sirve para muchas cosas: para camelar a un ligue; para aprobar exámenes; para recordar, contar y mentir; para ganar premios, dinero, lectores, aduladores y enemigos; para cautivar o aburrir con un verso o con un tocho; para apuntar un teléfono, una receta, la lista de la compra, una ley, un contrato, una orden, un chiste, lo que sea.
A veces, hasta que no juntas unas cuantas letras, hasta que no alumbras unas cuantas frases después de pensar durante un buen rato, no consigues pulir la idea que te ronda por la cabeza.
Porque escribir no sólo sirve para representar las ideas sino también, a menudo, para crearlas. Hasta que no escarbas en tu interior, no surgen, mientras eliges las palabras que intentan describir el efervescente cóctel de sensaciones, sentimientos, recuerdos y pensamientos que bulle dentro de tus vísceras.
Vale. Todo este rollo viene a cuento de que no sé qué palabras pueden ayudarme a contar qué pensaba o qué sentía la primera vez que llevé a mi niño al colegio, hace unos días. No tengo muy claro si estaba alegre o afligido, inquieto o tranquilo, satisfecho o aliviado, preocupado o…
Aquel día cortamos por fin el cordón umbilical. Le dejamos en manos competentes y cariñosas, pero le dejamos. Se quedó allí, sin nosotros. Acompañado por profesoras y por más niños como él, y rodeado de juguetes, pero solo.
«
Esto es el principio del fin», proclamaba más irónico que apocalíptico un padre al que suelo ver en los parques cuando entró en el colegio con el churumbel en brazos. Quizá tenía razón, aunque ahora yo prefiera escribir que aquel día vivimos el fin del principio.