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PESADILLA FUTBOLERA. Me tuvieron que sentar mal los callos, porque nunca había sufrido una pesadilla tan atroz durante una siesta. Estaba en el fútbol. En un fondo del estadio y con mi niño (aunque en el sueño aparentaba ocho o diez años).
Aparentemente todo era idílico (al menos para un forofo): nos enfrentábamos a nuestro rival más odiado y en la final de un campeonato. Además, nos habíamos comprado unas bufandas y mi hijo estrenaba la camiseta de su ídolo, nuestro delantero centro (y mi jugador favorito)
Durante el primer tiempo todo fue bien. Bueno, no tan bien: delante de nosotros un grupo de muchachos alborotaba bastante, y el churumbel apenas distinguía el balón entre el mar de cabezas rapadas que se alzaba entre él y el terreno de juego, pero estábamos de maravilla… en comparación a como estuvimos cuando, al principio de la segunda parte, el árbitro nos pitó un penalti. El chaparrón de improperios que cayó sobre él y sus parientes nos salpicó no sé cómo: mi niño pasó de estar abrumado por el ruido y la rabia a contagiarse, y tardé más de lo debido en darme cuenta de que él también estaba injuriando a la pobre madre del árbitro.
Aunque lo peor vino cuando remontamos. Nuestro ídolo marcó cuatro goles. Lo nunca visto. Pero, lamentablemente, a partir del primero los hinchas de abajo empezaron a ondear una bandera enorme y desde entonces nos fue imposible ver un palmo de césped. Después del primer gol mi hijo les dijo a esos energúmenos que dejaran de moverla, que no le dejaban ver. Pero desde que uno de ellos, el más grande, se giró, no volvió a abrir la boca. El juligan me dijo que cómo nos atrevíamos a pedirles que no desplegaran nuestra bandera, el símbolo de nuestra tierra, y después nos soltó un torrente de insultos tan contundente como el que había recibido el árbitro. Estuvimos contemplando la bandera, bien calladitos, hasta que me desperté.
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Publicado el lunes, 26 de septiembre de 2005, a las 10 horas y 18 minutos
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