PANDORA EN EL CONGO. De Madrid a Burgos, pasando por África y por Londres, y retrociendo noventa años. Un viaje tan fantástico sólo puedes emprenderlo con un libro en la mano, montado en un autobús, pasando hoja tras hoja de
Pandora en el Congo a pesar de los volantazos del conductor, de los baches, de los ronquidos del tipo del asiento de atrás y de las llamadas de teléfono de la chica del asiento de delante. Se suceden las páginas y los kilómetros, y lees con ansia, aceleras aunque intuyas que no terminarás la novela antes de llegar a la estación. Te adentras en la selva, enrolado en la misteriosa y feroz expedición de Marcus Garvey y los hermanos Craver, escoltado por
Joseph Conrad,
Edgar Rice Burroughs y
Rudyard Kipling –con ellos también disfrutaste de aventuras inolvidables–; vences tu miedo a lo desconocido luchando contra una raza tan inquietante como peligrosa, y explorando las entrañas de la tierra. Además, rastreas las pesquisas de Thomas Thomson, tan en busca de la verdad como de la literatura, y te dejas seducir por un ser fascinante. Te dejas llevar, en fin, por
Albert Sánchez Piñol, y cuando el autobús frena lamentas que el viaje haya terminado. Te dan ganas de no bajarte, de seguir leyendo hasta San Sebastián, o donde haga falta…
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J.R. | 04/11/2005 16:23