MATRÍCULAS. A estas alturas, ¿qué esperamos de un político?¿Que intente no mentirnos ni engañarnos? ¿Que sea eficaz y honrado?
Podríamos remontarnos a
Aristóteles para elucubrar sobre el arte de la política pero el libro que tengo a mano es «
Criptonomicón», de
Neal Stephenson. En el primer tomo de «
la novela de culto de los hackers», según la editorial que publica la obra, me han llamado la atención estas palabras de un intrépido y arrogante experto en informática y criptografía: «
En cualquier negocio hay una parte creativa que es preciso realizar, desarrollar nueva tecnología o lo que sea. Todo lo demás, el noventa y nueve por ciento, es llegar a acuerdos, recaudar capital, ir a reuniones, mercadotecnia y ventas. A esa parte la llamamos fabricar matrículas».
Si damos por buena la metáfora, podríamos asumir que todos, por no decir casi todos (
Picasso y cuatro más) nos pasamos la mayor parte de nuestra vida laboral confeccionando matrículas. No queda otra. Y con el sudor de nuestra frente. Aunque uno se encuentre detrás de una ventanilla, pendiente de una cadena de montaje, enfrente de una pantalla, cavando zanjas, reparando lavadoras, despachando naranjas, firmando cheques, amasando pan, en los cielos o en los infiernos de cualquier empresa… y aunque uno sea político.
A los profesionales de la política le podríamos pedir, simplemente, que se ganen el sueldo como cualquier otro currante. Sin que les quiten el sueño los sondeos, las encuestas, los barómetros. Que no hagan matrículas defectuosas ni falsas. Que no improvisen. Que sus matrículas perduren. Y que nunca olviden que sus matrículas (leyes, decretos, ordenanzas, estatutos…) nos afectan a todos y no sólo sirven para que se mantengan en sus puestos de trabajo.
Luego pueden sonreír todo lo que quieran delante de un espejo o de una cámara.