HUÉRFANOS. La
Real Academia debería corregir la definición de huérfano. Dice su diccionario: «
Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre». Ese «
especialmente el padre» chirría. Sobra. Tampoco se entiende que limiten a la infancia y la adolescencia el periodo de orfandad. La RAE añade dos acepciones más. Una, en sentido poético: «
Dicho de una persona: A quien se le han muerto los hijos». ¿Pero por qué dicen «
los hijos», en vez de un hijo?, ¿no queda huérfano quien pierde a uno solo de sus hijos? Por último, la tercera es amplia pero general: «
Falto de algo, y especialmente de amparo». Habría que añadir al menos otra acepción. Algo más o menos así: «
A quien se le ha muerto un ser querido». Todos sabemos que los muertos dejan muchos huérfanos.
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Acudes conmocionado a la clínica, al funeral, al tanatorio, al cementerio. Algunas veces, todavía más sorprendido que conmovido. Te cuesta digerir el suceso. Y, sin tiempo para detenerte a pensar con calma qué bulle en tu interior, te encuentras delante de un huérfano. Delante de alguien que acaba de perder a un ser más querido quizá que su propia vida: su padre, su madre, su marido, su hija… Lo siento mucho, afirmas; te acompaño en el sentimiento, murmuras; te doy mi más sentido pésame, formulas… Quizá percibes que te has quedado corto, que podrías haber añadido algo más, aunque no has sabido o no has podido expresarlo. Las frases hechas, tan socorridas, a menudo tan insustanciales, en estos casos no sólo resultan útiles para salir del paso: casi siempre, además, describen cómo te sientes. Pero no sirven para mucho más: en momentos así, las palabras apenas consuelan. Más que palabras, un huérfano necesita compañía. Más que palabras, un huérfano necesita cariño.