|
FLORES. Voy a matar dos pájaros de un tiro, me dije el otro día. Primero le regalo una docena de rosas al amor de mi vida y quedo como un señor. Al día siguiente robo unas cuantas del jarrón y las amortizo antes de que se marchiten: preparo una ensalada floral, o me atrevo con algo más innovador, por ejemplo un crujiente de pétalos o una espuma de capullos, todo es ponerse.
Pero me entró la duda. ¿De dónde saco rosas comestibles? En el Parque Virgen del Manzano ya tenemos unos rosales magníficos, como bien saben quienes llevamos a los niños a los columpios... o quienes pasean a sus perros. Debo decir que no me llevé unas cuantas ramas por cumplir con las más elementales normas de urbanidad, en vez de porque me diera repelús suponer que algún chucho podía haber marcado allí su territorio, o porque acabara pensando que quizá los jardineros municipales se ven obligados a recurrir a pesticidas o a otro tipo de productos para que sobrevivan allí.
Tal vez en una floristería me habrían asesorado, y me habrían vendido unas rosas sin sustancias químicas, pero abandoné del todo la idea al leer que los cocineros sólo emplean flores cultivadas para uso alimentario.
En el supermercado no había flores de cebollino ni mermelada de claveles, así que comencé a llenar la cesta como un día cualquiera. Pero, ¡sorpresa!, en la sección de refrigerados, entre el maremágnum de yogures cremosos, griegos, desnatados, sin grasa, con trozos de fruta, con fermentos activos, con efectos probióticos, con vitaminas esenciales,... brillaban con luz propia unos con pulpa de fresa y, atención, un toque de sabor a... ¡rosa!
Los compré. Metí un par en los bibes de la merienda pero el churumbel no notó el cambio. Los otros dos tampoco me supieron a perfume. En fin, la idea de las flores pasó sin pena ni gloria. Como la muestra que, durante los últimos diez días y por 244.000 euros, ha hecho de Burgos, según dicen, la meca floral.
[Versión para imprimir]
[Enviar]
Publicado el lunes, 5 de junio de 2006, a las 10 horas y 44 minutos
|