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PUDOR. Vas al dentista. Abres la boca, cierras los ojos y recuerdas situaciones agradables mientras hurgan. Sales con una sonrisa, aunque con la lengua dormida. Vas al banco. Pides un crédito. Te ves obligado a revelar tu nómina, tus declaraciones, tus facturas, qué sé yo, lo que haces (¿lo que eres?, ojalá que no). Luego, ya en casa, encuentras demasiadas similitudes entre los dos aprietos que acabas de padecer. En ambos casos te sentías expuesto. ¿Indefenso?
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Publicado el martes, 28 de noviembre de 2006, a las 16 horas y 15 minutos
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