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MI ABUELO TEODORO. Me enteré por teléfono, un viernes. Como ahora, estaba delante del ordenador, en este cuarto donde duermo y trabajo. Colgué y me quité las gafas. Pero no lloré. Volví a calzármelas y creé un documento de word. Nada más escribí estas palabras: «Se murió el abuelo. Sin avisar. Sólo pudo despedirse de la abuela, apenas con una mirada».
Después del fin de semana lo intenté otra vez. El lunes por la tarde abrí el documento. Apresuradamente, apunté que tenía que mencionar que en el tanatorio no me gustó verlo maquillado y con un peinado distinto; que la mañana del entierro me compré un abrigo negro; que usábamos la misma talla; que hace un par de años, durante una mala racha, se quedó sin fuerzas en las piernas y nos tenían que llamar para incorporarlo de la cama o de su sillón; que a Javi, el mayor de los primos, se le ocurrió que cargáramos con el féretro; que en el 89, antes de comenzar la carrera, predijo que nunca llegaría a verme de periodista; que en la Nochevieja del 96, eufórico, exclamó: «¡Ya sólo quedan cuatro para el 2000!»; que tuvo cinco hijos, dieciséis nietos y seis biznietos; que el Alzheimer no llegó a derrotarle aunque tuvo tiempo para enturbiarle la memoria y para agriarle y endulzarle caprichosamente el carácter: cuando fuimos a la residencia para que conociera a Unai, primero dijo que todos los críos eran iguales y que no quería verlo, pero luego se le escaparon unas lágrimas cuando la abuela le explicó que era el hijo de Leandro; que estuvo casado 71 años y le faltaron unas semanas para cumplir los 97; que fue capaz de construir un autobús; que se pasó quince o veinte años echando una partida de tute o mus, o viéndola, faria en mano, en un bar donde le llamaban señor Teodoro; que no hablaba de lo que vio desde el coche de línea, en las carreteras entre Palencia y Burgos, cuando la guerra; que tengo que preguntar a mi padre si sigue comprando su número de lotería; que...
Tres años, ya.
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Publicado el martes, 5 de diciembre de 2006, a las 15 horas y 54 minutos
[1] Nuestro abuelo.... Yo todavía no puedo poner palabras al sentimiento sin soltar ese agua salada que todos llevamos dentro.
Comentado por
Blanca | 05/12/2006 16:25
[2] Juntos. Me he quedado corto, como casi siempre. No digo cómo era ni cuánto le admiraba. Eso lo dejo para otro día. Ahora le estoy viendo preparándose para salir un domingo de invierno, después de comer donde mis padres, con el chaquetón azul y la bufanda, y la abuela del brazo. O en los últimos cumpleaños, en Quintana del Puente, dichosos. Los veo desde la terraza de Reyes Católicos, caminando junto al río, juntos, siempre juntos.
Comentado por
Leandro | 06/12/2006 16:18
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