2-1. Dos cañas, una por tiempo, más comedido imposible, y sin embargo amaneces con resaca: te acuerdas de la expresión aturdida de Emerson al ser sustituido, de la mirada perdida de Calderón, de las locuras de Capello y la cordura de Vicente del Bosque, del balón que Raúl casi cuela en la escuadra (con diez raúles y un casillas nadie perdería un partido), de los cabezazos de Lucio y Van Nistelrooy (cara y cruz), del arreón de Cassano, del fuera de juego a Torres, de la tocha sangrante de Sergio Ramos, y de su mano, sobre todo de su mano: el rugido del bar frente a la pantalla gigante cantando el gol, y los lamentos posteriores.
No recuerdas el primer gol del Bayern, el gol de los diez segundos, fulminante (los goles tempraneros no llegan tan pronto) y ajedrecístico (como a
Alfredo Relaño, también me vino a la memoria el
mate del pastor). Ese gol de Makaay no lo recuerdas, o no quieres recordarlo, ahora prefieres elucubrar sobre lo que pudo pasar y no pasó, y sobre lo que ojalá pase: un buen repaso al Barça. El que resiste, gana... manque pierda.