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VEINTIDÓS AÑOS: ALGO ADECUADO. Se han ido y no me han dejado cena. Come lo que quieras, pone la nota.

... mastico la corteza y termino el queso y luego como unas sardinas, con cabeza y todo. Después sorbo dos huevos crudos: parece de anuncio, pero desde que lo pruebo todo he descubierto sabores sorprendentes, placeres insospechados.

Voy a mi habitación. Luego volveré a la cocina para empacharme del todo. Tengo ganas. Mientras, pongo un disco y comienzo un relato de un escritor de moda. Algo sobre un hombre que no sabe si ir al teatro. Intenta ser inquietante.

No me distraigo de la lectura porque el cantante repita viólame, suelo leer con música de fondo. Ni tampoco porque las frases no se acaben de puro largas, en su día Thomas Mann me costó lo suyo y ahora proclamo que Doktor Faustus es el mejor libro que se ha escrito nunca. Dejo de leer porque un bichito revolotea sobre el flexo, cerca de mis ojos. En cuanto lo veo aplaudo asesinamente.

Mierda, he fallado: no hallo rastros del mosquito en las manos.

Sigo leyendo. Al rato, distraído otra vez —de inquietante, nada—, encuentro al bicho de antes posado encima de un tocho que me pasaron ayer, una novela de un americano que dicen que es una pasada de sangrienta.

Se ve que por culpa de las ondas expansivas de mis palmadas se ha quedado alelado, porque cuando me inclino hacia él apenas se mueve. Podría aplastarlo con un solo dedo, pero ahora me da asco tocarlo, a pesar de que antes he intentado apachurrarlo con las manos.

Busco algo, mientras el insecto desciende por el lomo del libro y se pasea, desafiante, por la mesa.

Encuentro algo adecuado. Cojo de la pila de discos la caja de arriba, apunto bien, la suelto y... ¡zaca!, una vida menos en este mundo masificado y moribundo.

Pienso en alguien más grande que yo buscando algo adecuado para mí. Pero paso de comerme el coco y justo cuando el cantante dice que le va de puta madre, suelto otra vez la caja y remato al bicho, que aún se movía un poco.

No es de esos que revientan y lo pringan todo. Está medio aplastado, pero entero. Podría cogerlo...

Cambio de libro. Leo una tortura concienzuda, y a ratos lo miro. Por fin, suavemente, lo despego de la mesa con las yemas del pulgar y el índice de la mano derecha, como si cogiera una aceituna.

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Publicado el domingo, 29 de abril de 2007, a las 11 horas y 09 minutos








Ilustración de Toño Benavides
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