SOÑANDO DESPIERTO. ¿Quién no vive al menos dos, tres, cuatro vidas? Empecemos por la profesional, un tercio de nuestro tiempo como poco, con sus amargas y tediosas rutinas, con satisfacciones de escasa intensidad, con el consuelo de un sueldo que casi siempre parece insuficiente. Terminemos por la vida familiar o, mejor dicho, por la vida hogareña, que ya no todo el mundo disfruta de una familia, o la padece (o la detesta, como decía
Gide); esa vida solitaria o sociable que, lamentablemente, muchas veces languidece frente a un televisor. Pero la vida no se agota ahí: la vida rebrota cuando cumplimos nuestros sueños: ese día que ascendemos a una montaña, que enseñamos a pedalear a un hijo, que inesperadamente nos encontramos donde más nos apetecía estar, o como más nos apetecía estar.
Durante las vacaciones solemos ir en busca de nuestros sueños. A veces nos topamos con pesadillas. Otras sólo con sucedáneos.