LUNES 36. Cómo odio los lunes, dicen Mercedes Castro y la subinspectora Clara Deza en
Y punto., su estupenda ópera prima, un novelón que puede lograr que un viaje en tren de ocho horas parezca corto, un cocido madrileño, policiaco y suburbial mechado con canciones y versos (para abrir boca y quedarse con las ganas de más tenemos el
primer capítulo o el recién inaugurado
blog de Mercedes Castro).
Yo también: los odio, los detesto, los aborrezco. Bueno, quizá los lunes no tengan la culpa: los lunes me aborrezco. Los lunes, sobre todo los lunes, no quiero trabajar. Ni estar trabajando ni ser un trabajador. Quiero pasarme los lunes sin enchufar el ordenador ni coger el teléfono.
Cómo odio los lunes. Más que nunca, cuando trabajo los domingos. En domingo sólo llega basura al correo, el teléfono no suena, skype no palpita, se curra tan a gusto en domingo como a disgusto en lunes.
Los lunes por la mañana me pongo delante de la pantalla y pierdo el tiempo, sin charlar de
furbo –curro solo en mi pequeño gran despacho, tan cerca y tan lejos de todo gracias a un cable que debería desconectar a menudo–, pero devorando periódicos, blogs y encuentros futboleros. Los lunes aprovecho para perderme por Internet, haciendo como que busco páginas, diseños o ideas interesantes. El furbo anestesia y la Red estimula, así que poco a poco me desperezo. Eso suele ocurrir a la hora de comer, así que cuando regreso al ordenador recaigo: si pudiera mataría las tardes de los lunes sesteando. Pero nunca puedo: las tardes de los lunes libro una batalla que siempre pierdo contra los correos de las mañanas. Sucumbo.
Menos mal que los lunes sólo duran un día, y que el 21 de enero no vuelve a caer en lunes hasta 2013.