A MANO. Hablamos de nuestras cosas, a menudo, cuando vamos o volvemos del cole. De que queremos cambiar los
gormiti repetidos, de a qué jugará en casa de los abuelos, de las sopas de ajo o las albóndigas que quizá cocinemos más tarde… A veces andamos un buen trecho en silencio o canturreando algo (aún no silba). Ya no caminamos siempre de la mano, pero cuando nos acercamos a una carretera ocurre algo que no puedo olvidar: sin mirarle, sin que me mire, bajo el brazo, abro la palma y él se agarra a mí. Aunque soy yo quien se aferra a él.