REMATE TELEVISIVO. Siete menos diez de la tarde. Compro una bolsa de gominolas y un librito de
Marcial Lafuente Estefanía, parece que retrocedo veinte años. Subo al autobús. Me toca ventana. En el asiento del pasillo, una joven de mi edad (vamos, que ya tiene poco de joven) habla por teléfono. Ha pillado a dos tías que curran treinta y seis horas semanales, en vez de las cuarenta estipuladas. Por la mañana una le dijo que su compañera estaba enferma; cuando la otra llegó por la tarde, le preguntó que qué tal estaba y la incauta le contestó que muy bien. Ha enviado un informe.
Otro. Espero que alguien no haya preparado un informe sobre mí, qué horror, qué podrían contar.
Me trago la novelita en media hora, duermo cerca de una hora, me despierto poco antes de que empiece el partido contra Serbia, escucho la primera parte, me enfado cuando el locutor dice que falta remate y, al llegar a la estación, pego el cabezazo que Torres, un jugador en construcción, como
su web, no enganchó en todo el partido: me levanto, cojo la americana y el ordenador y, cuando voy a salir, me fijo en que una señora bajita apenas llega a la balda superior; le doy su abrigo, sonrío para mis adentros, muy superior desde mi uno ochenta y mucho, casi uno noventa, avanzo y… me doy un lechón descomunal contra una de las pantallas de televisión que cuelgan del pasillo. La dejo temblando.