EN EL SÚPER. Me levanto a las ocho. Preparo el biberón, se lo enchufo, vuelve a dormirse, trabajo hasta las diez, desayuno viendo el
funeral de Juan Pablo II, el amor de mi vida se va a trabajar y, poco antes de las once, se despierta el churumbel. Le visto y le llevo a casa de mis padres. De vuelta, paso por el supermercado. Cuando doy la tarjeta de crédito a la cajera, una señora que viene de la calle le dice que al regresar a casa se ha dado cuenta de que faltaba una caja de leche. «
En la bolsa no estaba. ¿No la ha encontrado aquí?» La cajera responde que no tiene ni idea, que no se acuerda. Guardo con cuidado mi compra. Una bolsa para el pescado, otra para la carne, otra para los congelados y otra más para el resto. La señora –setenta y cinco años, rubia, chaquetón de ante, bolso a juego, gafas de sol con montura dorada–, insiste. «
¿Se habrá llevado la leche la que venía detrás?», pregunta. La cajera arquea las cejas y empieza a atender a un abuelo que ha comprado una barra de pan y cuatro tetrabricks de
Don Simón y lleva el importe exacto en la mano. «
Había una chica detrás, ¿se habrá llevado ella mi leche?», repite. «
Lo siento, no puedo hacer nada», acaba respondiendo la cajera. La señora se da la vuelta y, mientras camina hacia la puerta, concluye: «
Pues que le aproveche, o que le dé un cólico».