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LA CARGA DE LA BRIGADA TACONES. Tres tristes panolis se divertían en un portal. ¿Qué desportalizador se desportillaría desporticándoles de ahí?
No es cualquier cosa. No. Ni siquiera es una normal representación sintética de aquello que no llega. La síntesis no es mi fuerte. Ni mucho menos podemos llegar a pensar que yo tenga algo que se pueda contar como fuerte. No sé por dónde van los demás, pero estaba yo pasando un buen rato de charla, pateando, o peripatética, con mi hermano pequeño, que me saca doce centímetros de estatura, y por supuesto que es más inteligente. El pretende construir. Yo ya estoy en una nada en que el nihilismo comienza a saturar ciertos poros de la cabeza.
Habíamos arreglado este mundo, por no dinamitarlo, unas cien veces. Paseando por ese Madrid que se vuelve una noche de Fellini, con la iluminación sacando esos negros tan bonitos, donde durante el día solo hay grises desvaídos, sucios. Él tiene otra perspectiva. La Parisina. No es la Ni… San Petersburgo. Es como más visionaria. Más Grandeur. ¿Dónde iríamos a parar?
Parejas jóvenes andaban con la urgencia de la hora pegada al culo. Llegando treinta segundos tarde a la bronca de las dos de la mañana. Día de entre semana. Martes. Entré en un bar, con los parroquianos y habituales acodados a sus cervezas, con la mirada acuosa, perdida en una televisión de fondo. Yo solo entré a comprar tabaco, y casi me imaginé dentro de unos pocos años, cuando nos quiten el vicio a base de martirio y otras venalidades que no son mi rollo. Y la ¿Ley Seca para cuando? Y nos falta las mañanas en el Retiro, o en la acera, contorneando nuestras barrigas de abdominales interminables. Como lo llamen Revolución Cultural…
Asfaltando los pulmones, miré de otra manera el orbe circundante. Se me afinaron los ojos de sapo, y una mueca, ver sonrisa de pachón se desdibujó en mi jeta. Ya caminábamos por dejarle en casa. Y nos despedimos hasta su próximo viaje al Sur.
Decidí imbuir mis pasos de nicotina. En la primera vaharada, percibí los rítmicos apriscados tacones de aguja. Tres féminas, jóvenes y urgentes, arreciaban sus pasos desde la Abadía. Lo siento, un prejuicio se desvaneció rápidamente, no tenían pinta de intelectuales. Ni de actrices tampoco. Miraban desde unos ojos pintados estilo con estilo que se lleva ahora. No sé explicarlo, y eso que casi me dan un master el otro día. Sin principio ni fin, me salté el semáforo rojo. Ojo. Iba andando.
Ellas se abalanzaron sobre un coche rojo parado en el semáforo. No se explicarlo. Al grito de “ese, ese tío”, el susodicho tío cerró las puertas de un ágil movimiento de codo.
“Abre, que nos llevas al bar…” No digo el bar que este blog no hace propaganda. Pero las hubiese definido como muy horteromarchosas. Y por eso estas líneas de más que se llevan pordelante mi clímax mental.
Un segundo. Otra calada. A por ellos, que son más…
“Tío, abre que nos llevas a tal sitio”
“Será borde”
El pavo mencionado no habría las puertas. Pensé qué borde. Tampoco está tan lejos. Y total en coche son solo un desvío de 10 minutos. Y el pariente este se las piró en cuanto se puso el semáforo en verde para él.
Una casi se cae al intentar patearle las luces traseras. Falló.
Yo ya había cogido carrerilla, pasé en un suspiro, oliendo sus cargados perfumes, supongo que de esos que llevan no sé que hormona para atraer las miradas de los príapos. Debió de ser la edad, la diferencia de edad, por que a mí ni plim.
“Oye, qué borde era el pavo”
Y en la subsiguiente bajada de tres manzanas tras mi estela me enteré que:
Uno. Al pavo no lo conocían, pero es que una, la más alta y digamos la alfa, llevaba zapatos nuevos que la estaban matando. Flipé.
Dos. No se dirigieron a mí a pedirme tabaco porque soy un viejo estirado con cara de mala baba. Me sonreí.
Tres. Dios, debían de ser perfectas, porque a una serie de Arturos, Pablos, Migueles, Alicias y demás nombres, bastante extensos, los pusieron a caer de un burro. Divertido. Sobre todo pensando que estas máquinas de perfección se entreponen siempre a parir. Es cosa de la edad. Infantilismo ilustre de portería.
Y cuatro. Escogieron bajar tras de mí, porque así nadie se metería con ellas. “Si parece tu padre de mala leche.”
Cuando ya doblé camino de casa, el alejarse de los tacones me trajo una cierta perspectiva de tranquilidad. Lo siento. Esta cara de cabreo me ha costado mucho entrenamiento, largos años frente al espejo
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Publicado el viernes, 7 de abril de 2006, a las 16 horas y 14 minutos
[1] Lastima. y el nombre del bar?
Comentado por
poseso | 07/4/2006 18:54
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