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WAKE UP EDDI VANSI. Trabajo doce horas al día.
Me levanto a las siete de la mañana puntualmente.
Me desperezo, voy al baño. Meo, la sacudo.
Vuelvo al dormitorio. Me enciendo el primer cigarrillo.
Miro a Marta, que duerme sin quitarse el maquillaje del día anterior. A veces no sé bien qué hace ahí eso. Parece una muñeca hinchable tras una despedida de soltero.
Regreso al baño. Me doy una ducha. No me relaja. Me afeito como todos los días, y como todos los días me hago el mismo corte al lado de la oreja. Creo que esa herida nunca cicatrizará del todo. Es como una marca de guerra de mi lucha cotidiana.
Voy a la cocina, pongo la cafetera. El café sabe mejor si se hace con la cafetera de lata de toda la vida. Además, tampoco tengo otra.
Rescato una taza de entre el cerro de platos sin fregar. Busco en la despensa algo que acompañe al negro solo.
Me sirvo el café. Las magdalenas del DIA están duras. Ella ha vuelto a dejar la bolsa abierta; su bulimia ha llegado de nuevo a deshoras. Las mojo, total, no saben a nada.
Ojeo la prensa de ayer. Más de lo mismo.
Mierda, me tiro el café encima. Me limpio con un paño.
Vuelvo al dormitorio. Me cambio los calzoncillos.
Ella duerme aún, ronca como una perra. ¿Qué tiene dentro?, ¿un animal?
Me visto: pantalón negro, camisa blanca. Pajarita.
Cuando me la pongo siento subir un calor desagradable del estómago hacia la garganta: la hiel se me remueve y solo entonces descubro, mirándome al espejo, el psicópata que podría llegar a ser.
Ya son las ocho y cuarto. Cojo las llaves del coche. La cartera. El puto dinero.
La besaría, pero huele demasiado a mi propio infierno.
Enciendo un pitillo para no pensarla.
Recorro el pasillo esquivando libros esparcidos como cadáveres abandonados en el suelo.
Salgo de casa.
En el rellano de las escaleras coincido puntualmente con las tres estudiantes del piso de al lado.
Buenos días, les digo.
Buenos días, me dicen con la estupidez de sus putos dieciocho años.
Les abro la puerta del ascensor. Les miro el culo mientras entran. Entro. Se cierra la puerta. Quedamos pegados y las huelo.
Deslenguadas, descaradas, parlotean sobre los temarios y asignaturas. Miro sus botones, miro sus pechos, miro el techo, la advertencia del peso máximo. Y pienso, sobre todo, en lo bueno que sería jodérmelas allí mismo, una por una apoyadas frente al espejo color sepia, y en ver el goce de sus caras cuando les metiera mi polla.
Llegamos al bajo, les abro la puerta y salen diciéndome un adiós que se les descuelga de sus labios pintados con brillo hortera.
Salgo tras ellas como un autómata al ritmo de sus nalgas.
El coche está en la esquina, al fondo de mi calle. Me encamino hacia él. Otro jodido día al que hacer frente está al acecho montado de copiloto.
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Publicado el lunes, 13 de febrero de 2006, a las 23 horas y 12 minutos
[1] Bravo!. Plas, plas y plas. Un dardo envenenado a la rutina, sí señor!
Comentado por
Sexus | 13/2/2006 23:15
[2] Rutinas. (Sentido homenaje a Chenoa. Jajajja)
Si que son sentidos los momentos de la rutina.
El olor a cafe es lo mejor que hay por la mañana...eso y el del sexo calido de las muejres
Comentado por
El Puñalón | 14/2/2006 19:28
[3] Si sigues así. Le quitas clientela a la tigresa...
[4] Por lo menos no te encontraste a algún vecino de esos que tenemos todos, estúpido,rancio,maleducado...
Comentado por
labajos | 16/2/2006 15:06
[5] ¡¡Escarba, Eddi!!. La verdadera vida está escondida bajo la mugre de la rutina.
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