KOJAK. Lo comprabas, y salías del kiosco corriendo. Sonreías como sólo un niño es capaz de sonreir por un sencillo caramelo. Pero para tí no era sencillo; para tí era algo más. Era no tener que decidir, era poder tenerlo todo. Era caramelo, pero también chicle.
Te peleabas con el envoltorio, y antes de saborearlo lo mirabas. Te gustaba ponerlo entre la luz y tú. El caramelo se hacía traslúcido, y veías.
Veías las pompitas perdidas en el cristal, veías las resquebrajaduras, el caramelo cuarteado, las fisuras. Y allá lejos, la bola de chicle.
Veías un universo completo.
Veías el futuro, tu próximo cuarto de hora.
Veías el sabor y el placer. Lo veías todo.
Y la sonrisa seguía ahí.
* Escrito para Crystalzoo, como parte del ,Concurso para el Centro cultural La Yesera, San Vicent del Raspeig, Alicante.