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AVENTURA COTIDIANA.. Escenario. Una barbería, el cilindro con la triple espiral blanca, roja, azul, espejos en una de las paredes, en la contraria sillas que hoy vuelven a ser modernas otra vez, revistas que alguna vez fueron actuales, páginas que alguna vez fueron blancas, lociones, espumas, gominas, lacas, champús, con nombres tan poco conocidos que por fuerza deben ser líneas profesionales. La luz entra difusa, el neón crepita, se oyen pasos lejanos, la emisora oficial de las barberías suena en el ambiente, sólo la voz del locutor dando el boletín de cada hora.
Primeros planos. La víctima. Cabeza echada hacia atrás, el cuello rojizo, ofrecido, las manos temblorosas, tensas, en el reposabrazos de cuero marrón y falso, el babero con restos de hoy y de ayer. El verdugo. Navaja en mano sobre cuello ajeno, una mano la sujeta, la otra aguanta la cabeza, ambas seguras, conociendo el oficio, sabiendo lo que van a hacer.
Primerísimos planos. El filo de la navaja sobre el cuello, los poros, una incipiente gota de sangre, sudor en la sien, las pupilas nerviosas que van de la cara del verdugo, al neon, al cilindro tricolor, de vuelta al verdugo, los labios se aprietan lentamente esperando lo inevitable, mandíbula tensa, uñas clavadas en el cuero, la mirada cruel del verdugo.
Instante eterno.
Después, la cuchilla rasura, termina el afeitado perfecto, una vez más, como cada día. La víctima suspira aliviado. Le gusta venir a esta barbería porque lo hacen bien, pero sobre todo porque le es más fácil ponerse en el papel. Cuando todo acaba, suspira, se siente aliviado, paga y se va.
El verdugo extiende la mano, recibe el dinero, sonríe cordial, despide afable, y mira lo cobrado. Otra vez no ha dejado propina. Cualquier día...
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Publicado el jueves, 27 de marzo de 2008, a las 10 horas y 29 minutos
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