GALLINERO.. Esa es la sensación.

Sales de la clase de bicicleta, o de cualquier otra, con tu sudor y con toda esa energía liberada sin compasión... es llegar al vestuario, y al igual que sucede cuando se alinean los planetas, se produce una reacción en cadena similar a la explosión de un volcán abatido, sumergido, durante mucho tiempo dormido.

No falla.

En teoría en las clases nos esforzamos, intentamos saltar como gacelas, aunque parezcamos elefantes en medio de una tormenta. Damos el Do de pecho, aunque a veces recuerde un simulacro de torpederas viejas.

Es abrir esa puerta donde damos rienda suelta a nuestras camisetas, y con ella, nos despojamos no sólo de nuestras verguenzas, también de nuestras penas.

He oído hablar con franqueza mientras una saca una pernera de una malla calada y fea.

Hemos cantado "Los clavelitos", imitado al estreñido del bifidus, buscado a Jaks, pero sobre todo, nos hemos reido de nosotras y de nuestro reflejo.

Es cierto que la nueva que llega vestida y pulida hasta las cejas, no siente un salpullido, porque ver a tanta tía a medio camino entre una pasarela y una granja de vacas viejas, no da pena, da envía de la buena.

Seremos cotillas, algunas chochas, sordas o incluso cluecas, pero lo cierto es que las risas que se producen en el vestuario de las chicas se asemejan más a una reunión de amigas, que a una convención de gallinas sueltas.