UN ROMPECABEZAS MÁS ALLÁ DE LOS ALPES. Un vecino de Bestiario.com,
Fotocopiado, me comenta en el anterior post sobre la posible nueva formación política de Berlusconi que lo normal es que un partido se monte antes de las elecciones y no después. Le contesto que Il Cavaliere se plantea crear, si gana en los comicios, un Partido Popular a la italiana que englobe a los posfascistas (o neofascistas) de Alleanza Nazionale y a los democristianos liberales (los sociales están en L'Ulivo y, ahora, en la nueva coalición de centro-izquierda, llamada L'Unione). Si no gana, Berlusconi estará políticamente muerto, porque estimo que su otro objetivo, ser presidente de la República, es un tanto utópico, aunque menos que su gran aspiración, ser Papa. No lo será sólo por dos razones. La primera es que nunca fue ordenado sacerdote. La segunda es que tendría que disputarle la plaza a Paco Vázquez.
Para entender mejor el rompecabezas de los partidos políticos en Italia, traigo a esta pantalla un texto inédito que escribí hace ya tiempo pero que bien podría valer a ocho días de las elecciones generales en el Bel Paese. En él, se habla de Italia pero también de Oak Town, donde un gobierno tripartito ocupa el poder.
Ojo, porque ahora hay cambios respecto al panorama electoral italiano, como la citada anteriormente nueva coalición de centro izquierda, que recupera a Rifondazione Comunista y cuenta con socios tan extraños como una coalición circunstancial que engloba a los radicales de Emma Bonino (los que se sean de puerto de mar, la recordarán...) y a los socialistas de Bobo Craxi, hijo de Bettino y ahora lejos de Berlusconi, por no hablar de esos micropartidos como los Consumatori o los Pensionati. Ahí va:
Tres en uno
Italia es un laboratorio político. Mi
caro amico romano L.G., abonado a la causa de Rifondazione Comunista, tan rojos que no forman parte de la coalición progresista del Ulivo, sacaba a colación esta frase, siempre que procedía, durante las infinitas charlas nocturnas que manteníamos al amparo de un whisky y una birra. La leyenda, cierta o no, añade que en Italia se han ensayado mil y una fórmulas de gestionar la cosa pública, con la intención de exportarlas a otros países.
La política más allá de los Alpes es realmente compleja y la forma de gobernar, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha estado sujeta a coaliciones, en muchos casos, imposibles. La Democracia Cristiana, en su afán por perpetuarse en el poder, empezó a aliarse con todo quisque –Andreotti, qué zorro– a medida que perdía punch electoral. La experiencia del pentapartito o la cesión del testigo al ex primer ministro socialista Bettino Craxi –que terminó fugándose a Túnez después de ser condenado durante el proceso anticorrupción conocido como Manos Limpias– demostraron que todo podía cambiar para que todo siguiese igual.
La paradoja que supone ver a los conservadores aliarse con los socialistas para seguir controlando el cotarro –Mas también quiso abrazarse a Maragall, pero nanai– no pasaría de ser una anécdota en la Italia posmussoliniana si no fuese porque actualmente gobierna una extrañísima coalición, la Casa delle Libertà, formada por el partido-empresa Forza Italia, fundado por el premier Silvio Berlusconi, los posfascistas de Alleanza Nazionale, los xenófobos separatistas de la Lega Nord, los ex democristianos liberales de la UDC y los residuales socialistas craxianos del Nuovo PSI. Nadie quiere perder sus cuotas de poder. Todos mueven ficha pero ninguna dama se come a otra.
Se entiende que en Italia no existe el bipartidismo. Saltemos, pues, a la otra orilla: todas las formaciones conservadoras –y no sólo del país: Estados Unidos es como Dios, está en todas partes– conjugaron sus fuerzas tras la caída de la patética Republica de Salò, el último reducto fascista, para que el Partido Comunista Italiano –el más importante de la Europa capitalista, cuando alcanzaba un vertiginoso 34,4 por ciento de los votos– no accediera al poder.
El PCI (pronúnciese
pichí) nunca llegó a gobernar y terminó dividiéndose en tres partidos: aferrados a la socialdemocracia, Democratici di Sinistra es, hoy, la formación más importante del Ulivo; los neocomunistas del PDCI apenas tienen fuerza, pero suman sus escaños a la plataforma del centroizquierda; y Rifondazione, hoz y martillo, va por libre.
Junto a los dos primeros, forman parte de la coalición opositora los Verdes, los ex democristianos sociales de la Margherita (el anterior alcalde de Roma, Franceso Rutelli, fue el último rival electoral de Berlusconi), los liberales católicos del UDEUR, los socialistas del SDI y, puntualmente, el partido del ex juez anticorrupción Antonio di Pietro, Italia dei Valori. Casi nada.
¿Cómo se cuece esto? Con mucho diálogo, cesión, discusión, reparto equitativo de poder, un líder amalgamador de corrientes (¿Prodi?) e inagotable paciencia. Está claro que el centroderecha está más unido, es un decir, que el centroizquierda. Así les va, más pendientes de su propio ombligo –la oposición también es poder– que del ejercicio de una contundente y responsable labor de contrapeso.
Experiencias cercanas también las hay. En Cataluña, por ejemplo, o en Oak Town mismo. Pero no era mi intención hablar aquí de política local, sino recordar tantas veladas de debate y aprendizaje al lado de mi amigo L., que sigue parapetado en su barricada político-cultural al frente de la loable asociación romana Equis, escondida en el decadente y cautivador gueto judío. A él, precisamente, quería dedicarle estas líneas. Buona notte, caro.