RECUERDO DE A ROCINHA. Hablamos de lo que hemos visto y oído. No le digo nada, pero yo también hablo, sin abrir la boca, de lo que he olido: ese profundo y áspero olor a salitre, que se me antoja orín. Mi colega, que ha subido infinitas veces a
la favela más grande de Brasil, casi siempre amparado por las circunstanciales incursiones de los policías, que rara vez deciden adentrarse en ella, morro arriba, me comenta:
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En A Rocinha se puede ver pero no mirar.