IO, EUROCOMUNISTA.. La izquierda italiana intenta colocar a Massimo D'Alema en la presidencia de la República, pero Berlusconi y las derechas se niegan tajantemente por una cuestión de honor. Prefieren al viejo zorro Andreotti, cuya católica, apostólica y romana conciencia debería cargar con el asesinato de Mino Pecorelli (no importa que la justicia humana hubiese revocado su condena a 24 años de cárcel, porque para él, histórico democristiano, una segunda maza arrivará después). Hoy podría conocerse el nombre del elegido: quizás Napolitano, senador vitalicio, sabe Mao.

A todo esto, D'Alema fue primer ministro italiano en el anterior gobierno de la coalición de centro-izquierda, cuando la hoz de Bertinotti le segó una pata a la mesa camilla y el tapete de Prodi terminó cayéndose al suelo. D'Alema se convertía entonces en el primer dirigente europeo de procedencia comunista. Admiraba a Berlinguer desde sus tiempos como abanderado de los boy scouts rojos y no dudó en tomar el testigo cuando al viejo eurocomunista le llegó su hora.

Una de las curiosidades de estos días de votaciones para elegir al presidente de la República es la que señala al flamante presidente de la Cámara de los Diputados: Bertinotti, Fausto, carné de Rifondazione Comunista, que al final se salió con la suya y consiguió el tercer cargo más importante del Estado. Un echado al monte, colina abajo. El lobo, guiando el rebaño. Quizás no sea ninguna estupidez que los dos grandes partidos de L'Unione, los Democratici di Sinistra de D'Alema y la Margherita de Rutelli, hayan permitido su candidatura, pues es una forma de amarrarlo al sillón para que no ponga en peligro la estabilidad del Gobierno Prodi ni la monte, como ya hizo en el pasado.

A todo aquello, el segundo más votado para el puesto que finalmente consiguió fue D'Alema. Si éste no sale elegido ahora presidente de la República, que lo dudo, le quedan cinco años por delante encerrado en su búnker ideológico en régimen silencioso y reformista. Como el ojo que todo lo ve pero que nada toca. Ojo laico y post muro, pero cíclope al cabo.

En fin, un día como ayer, a finales de los setenta, aparecía en el maletero de un coche abandonado en las calles de Roma el cadáver de Aldo Moro hecho un colador. Y una madrugada como la de hoy, veintiocho años después, me encuentro con una simpática bitácora con mala leche pero que no llega a cortarse: los políticos italianos, en plan South Park.