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LA DICHA DE LA DUCHA. Las mujeres no sudamos, transpiramos.
Según una atlética compañera de gimnasio: Algunos hombres apestan cuando sudan.
Concretamente arrugaba la nariz cuando echaba pestes sobre un cerdo que aparece siempre con la misma ropa. Sin lavar, sin planchar... calentita... como recién salida de su pocilga. (Parece un anuncio de pizzas. Pero es de cerdo a domicilio)
Las mujeres no sudamos, segregamos fragancias.
Según conversaciones de vestuario, a las mujeres nos gustan bien aseados. Nada de ese olor a macho que te tumba y retumba hasta la saciedad. (Nos saciamos con la primera bocanada de aire. Y después pensamos: ¿Realmente tengo que volver a respirar? ¿No podría respirar doble cuando salga se esta ola fétida tan humana y brutal?)
Las mujeres irradiamos sexualidad.
El olor a sobaco. A Países Bajos. A quesos con una denominación de origen. Produce en los sufridos animales con respiración pulmonar, unas consecuencias irreversibles más conocidas como el efecto mosca: Caemos como moscas!
Las mujeres filtramos el aire y nos transformamos en graciosas esculturas saladas.
El enamoramiento es algo químico. La peste, algo gaseoso. Pero cuando la peste química lleva nombre de persona y se coloca a unos centímetros de tu persona, ves la muerte muy, muy próxima.
Las mujeres.
Los hombres.
Las personas.
El perfecto combinado de H dos O + una resina perfumada en contacto con la piel humana = produce la sensación exacta, de nube esponjosa y cálida.
Publicado el martes, 13 de junio de 2006, a las 16 horas y 51 minutos
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