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FUMATA BLANCA. Los amigos de mi hermano son como los hermanos Marx sólo que en versión original subtitulada al azar: El borde, el enamoradizo y el capuchino.
El borde lo es y lo ha sido siempre. Lo sorprendente es que cae bien, pero cada vez que habla ofende. El enamoradizo es buen chico, es corriente, pero no la produce por mucho que se empeñe. Y el capuchino, ni siquiera es un buen café. No sería más rígido ni aunque tuviera un palo de escoba metido por la eslora. No lleva los hábitos, pero si esos hacen al monje, los suyos irían almidonados y pulcramente llevados.
Para el borde todas las mujeres somos una salidorras. Para el enamoradizo TODAS somos la mujer de su vida. Y para el capuchino: Ave María Purísima, ese tema no se toca. Bajaremos como una paloma y le diremos: ¿? (Dios sabe que cosa)
Sus conversaciones pasan del “esa es una calienta braguetas” a “fumata blanca: habemus ragazza” más rápido que Alonsito ganando una “pole position”
De “¡Otra cervecita! Que seguro que aquella rubia que cruje cae esta noche”, a “No quiero nada que ya es muy tarde y mañana retransmiten la Santa Misa” (...y claro en diferido no tiene gracia) hay como muy bien dijo Julio Verne: 100.000 leguas de viaje submarino. Pero yo, francamente, creo que juntos más bien son como un Viaje al centro de la Tierra, algo sofocante y claustrofóbico.
Son sus amigos. Y según dicen, quien los tiene, tiene un tesoro. El de mi hermano, es curioso.
Juntos, es como ver en una plaza de toros a un americano comiendo donuts: algo poco usual, pero posible. Llamativo, pero sólo de lejos. Sin complejos.
Publicado el martes, 18 de abril de 2006, a las 1 horas y 47 minutos
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