Un símil gastronómico nos permite hablar de los triunfos y miserias de esa entelequia a la que los críticos voluntariosos llaman nuestro cine.

Que San Federico (Fellini) me perdone. Donde se trata de experiencias y anécdotas curiosas que tienen como telón de fondo la sala de un cine.

Sesión numerada. Después de hacer cola y pagar la entrada, te sumerges en la envolvente penumbra de la sala. Las luces se apagan. Empieza la sesión.

Un recorrido por la trayectoria de algunos directores que han dejado su impronta en el cine actual o, al menos, en la memoria de este cronista.

Le robo el verso al poema de Pablo García Baena “Palacio del cinematógrafo”. Pero no se trata de un plagio original. Anteriormente, Felipe Benítez Reyes y Luis García Montero lo emplearon como título de una novela erótica escrita al alimón. En este apartado se trata de las relaciones (siempre) atormentadas y (a veces) peligrosas entre cine y literatura.

¿Quién no ha querido alguna vez ser Darth Vader? ¿Quién no ha deseado ser el malo de la función, el monstruo de la última pantalla, el que se oculta tras las máscaras? Unos pocos lo han logrado. Algunos han sido bendecidos con la aureola del malditismo; otros arrastran el sambenito de lo kitsch. A ellos va dedicada esta sección.

Dijo Rick, cuando contempló las ruinas de Casablanca. Este apartado también podría llamarse “del remake como una de las bellas artes”.