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CABALGANDO HACIA LOS OSCARS (4). Munich, la última película de Steven Spielberg, comienza donde terminan la mayoría de las narraciones cinematográficas: con el hecho histórico que justifica la realización del filme. Así, la cinta se inspira en el atentado de las Olimpíadas de Munich que costó la vida a buena parte de los integrantes del equipo israelí. Sin embargo, pese a su punto de partida, no nos encontramos ante una revisión posmoderna de los clichés del cine político, como ocurría en la magnífica Buenos días, noche, de Marco Bellocchio. Frente a la actualización de la antigua dialéctica sesentayochista, Spielberg aboga por un tipo de cine capaz de combinar el entretenimiento (e incluso el gran espectáculo) con el contenido ideológico. Por ello, Munich utiliza un lenguaje propio del thriller hollywoodiense, e incluso en ocasiones desciende a la sintaxis del género de espionaje —a ello remite, por ejemplo, la variada ambientación geográfica de la película—. De este modo, Spielberg desplaza la carga política latente en las imágenes a un discurso sobre la venganza y el sentimiento de culpa. No obstante, esta decisión no resta audacia al planteamiento del nuevo filme del rey Midas del séptimo arte, sino que contribuye a insertarlo en un horizonte estético más amplio. Sin renunciar a un plano concreto, que ofrece una mirada personal sobre el actual conflicto israelí-palestino, el director impregna también su celuloide de secuencias abstractas, que trasmiten una rara sensación de poesía en medio de la violencia predominante.
La reconstrucción del atentado de Munich jalona el periplo físico y existencial de un antiguo agente del servicio secreto israelí (un sobrio Eric Bana) inmerso en un peculiar ajuste de cuentas. La película se ofrece como fiel testimonio del itinerario del protagonista al frente de un comando paramilitar. Siguiendo esta premisa, Spielberg adopta una actitud objetivista, descriptiva y minuciosa, que al mismo tiempo reflexiona sobre las contradicciones de la violencia contemporánea. Con magistral precisión, el filme se sustenta sobre una serie de motivos reiterados hasta desembocar en un crescendo dramático que remite al mejor Scorsese (el de Uno de los nuestros y Casino). A lo largo de sus casi tres horas de metraje, el realizador apenas se permite algún desfallecimiento de la tensión en la parte central del relato o algún episodio prescindible (el de la femme fatale) dentro de una trama sólidamente elaborada.
En definitiva, y a la espera de ver el Buenas noches, y buena suerte de Mr. Clooney, Munich se le antoja a este cronista un excelente filme y la mejor opción para alzarse con el «oscar» a la mejor película. Sin embargo, Spielberg lo va a tener difícil en esta ocasión, ya que Munich carece del aliento épico y del arrastre moral de La lista de Schindler. Mucho más ambigua en su retrato de «buenos» y «malos», Munich escapa a las taxonomías maniqueas habituales en el nuevo Hollywood y evita el tono de los relatos edificantes. En un territorio áspero y desnudo, ajeno a cualquier espejismo de reconciliación, se enmarcan las cualidades de este camino de Spielberg a través del desierto.
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Publicado el martes, 7 de febrero de 2006, a las 21 horas y 31 minutos
[1] Sin concesiones. Saber que Spielberg evita los caminso facilistas para lograr réditos me alegra. ¿s que puede hacerlo y no temer nada?
Una vaca sagrada indiscutible ...
En fin, lo que haré es ver elñ film pronto.
Betaville, una vez más,gracias.
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