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EL CINE EN LOS TIEMPOS DE LA CÓLERA. Mientras el cine estadounidense parece vivir una suerte de renacimiento de la conciencia crítica, con películas como Munich, Buenas noches, y buena suerte o Syriana, da la impresión de que en Europa ha disminuido buena parte del interés por el cine más combativo. Salvo pálidas muestras de preocupación social, donde la denuncia se encuentra tamizada a través de los filtros del cine de autor (Caché o Manderlay), el compromiso con la historia actual aparece escrupulosamente elidido en los estrenos del viejo continente. Por eso cabe saludar la aproximación de dos filmes de vocación muy distinta, pero en los que se trasluce una voluntad de indagación en las fisuras del pasado reciente: la británica Mrs. Henderson presenta, de Stephen Frears, y la alemana Sophie Scholl, de Marc Rothemund.

Mrs. Henderson presenta se muestra bajo el envoltorio de una comedia romántica tirando a «jurásica» —el imposible idilio entre la millonaria interpretada por Judi Dench y el dramaturgo judío encarnado por Bob Hoskins— y aparece jalonada por diversos números musicales que sirven como ilustración o contrapunto de la acción principal. A partir de una atractiva premisa, que se dilata en exceso, la trama del filme empieza realmente con la irrupción de la II Guerra Mundial en la vida de los protagonistas. Desde este momento, los tintes vaudevilescos se entrelazan con algunos ecos trágicos que no consigue redimir su conformista happy end, con discurso incluido a cargo de la señora Henderson. Lo más curioso de la propuesta del antaño beligerante Frears —véanse la mucho más vitriólica Mi hermosa lavandería y la neocostumbrista Café irlandés— reside en la descompensación entre el trasfondo histórico de la película y su forma aparentemente liviana, en la que se suceden brillantes coreografías al estilo del music hall clásico. Pero es precisamente ese desequilibrio interno lo que lastra los resultados de Mrs. Henderson presenta. Frears parece no comprometerse en exceso ni con la peripecia sentimental de sus protagonistas ni con el drama que alienta en el celuloide. A medio camino entre ambas opciones, el filme constituye un híbrido más bien desangelado que, además, despide cierto tufillo a teleserie british. Así, ni la impecable actuación del dueto protagonista consigue evitar el tedio y la sensación de déjà vu que transmiten algunas de las imágenes de un Frears definitivamente pasado por agua.

De cariz muy distinto es Sophie Scholl, de Marc Rothemund, nominada al «oscar» a la mejor película extranjera, que recrea un episodio verídico en la lucha contra el nazismo. Lo sorprendente aquí reside en el punto de vista adoptado por el realizador: la perspectiva de la narración ya no se centra en las víctimas judías de la brutal represión nazi, sino en una ciudadana alemana, la joven Sophie Scholl del título. El principal mérito de la película reside, por tanto, en constatar que existió una auténtica resistencia antinazi dentro de la Alemania hitleriana, aunque la historia a menudo haya olvidado el enfrentamiento de estos personajes anónimos. Así, la voluntad de recrear en tono testimonial los últimos días de Sophie Scholl (así reza el subtítulo) le lleva al realizador a relatar con fidelidad objetiva la detención, el proceso y la ejecución de la protagonista. La médula del filme es, por tanto, la denuncia de la maquinaria burocrática, los emblemas y la retórica del III Reich. Aunque la mirada del autor oculta bajo su aparente neutralidad una clara empatía hacia la protagonista, el dispositivo formal de la película (escasos decorados, prolijos diálogos, minuciosidad descriptiva) corre el riesgo de provocar el cansancio en el espectador. Por otra parte, Rothemund insiste de manera algo obvia en las implicaciones ético-religiosas del celuloide (véase la escena en que el comisario, después de la protagonista rechace el acuerdo que le ha propuesto, se lava las manos). En suma, aunque Sophie Scholl puede considerarse una película digna, da la sensación de que llega demasiado tarde, cuando su mensaje acaso suene ya a consabido. Este hecho no atenúa su pertinencia en el presente, pero sí la valentía de lo que hace unos años habría sido un filme necesario.

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Publicado el jueves, 9 de marzo de 2006, a las 16 horas y 01 minutos


[1] Pásese, estimado Betaville.
Comentado por Matías Bruñulf | 09/3/2006 21:19 | http://www.bestiario.com/mvcuc
[2] Arriba los clásicos. Odio las peliculas de la tele. ¿No os fastidia tener que tragaros cada navidad 'El principe de Zamunda'?
A veces desearía que en la tele repusieran clásicos como ¡Que bello es vivir!, Kramer contra Kramer o El nacimiento de una nación.

Lo sé, vivo en un pais de fantasia. Se que la audiencia importa y que nadie salvo unos pocos podrian disfrutar con una pelicula muda de tres horas...
Comentado por Silandeiro | 11/3/2006 13:22
[3] Gracias, Betaville (y Silandeiro). Pues vergüenza ajena sentí cuando percibí que habían traducido "Tommy Boy" por "Mong & Loide" (percibirán el inteligente juego de palabras). En fin.

Por cierto, Silandeiro, antes ponían "Qué bello es vivir" en Navidades bastante a menudo, no?
Comentado por Matías Bruñulf | 11/3/2006 20:20






Ilustración de Toño Benavides
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