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BOLLYWOOD AGAIN. A ningún espectador se le escapa la creciente presencia en nuestras pantallas de películas procedentes de cinematografías aparentemente lejanas, cuya sensibilidad en principio no tiene demasiado que ver con la del público occidental. Al interés suscitado por el cine de Abbas Kiarostami —que permitió descubrir la floreciente «industria» iraní— y de Kim Ki-Duk —que ha abierto las puertas a la distribución del cine coreano—, habría que añadir también la actual presencia en las salas de películas indias. No es ajeno a esta presencia el éxito de La boda del Monzón, de Mira Nair, que combinaba aspectos típicos del cine made in Bollywood (bodas, enredos sentimentales, gastronomía y, sobre todo, música y danza) con una pátina de exotismo culturalista que la hacía especialmente agradable para jurados festivaleros (la película obtuvo el León de Oro en 2001). A raíz de la difusión de dicha cinta, los distribuidores se han atrevido tanto con dramones épicos (Lagaan) como con otros filmes más acordes con los paladares occidentales (Bodas y prejuicios, divertida adaptación del universo de Jane Austen a los cánones de la cinematografía nacional).

El último eslabón de esa cadena es Agua, de Deepa Mehta, continuación de la trilogía iniciada con Fuego en 1996. Aunque la realizadora reside desde hace años en Canadá, Agua se plantea como un regreso a los orígenes para indagar en una doble marginalidad: la impuesta por la demarcación espaciotemporal del filme (la película se ambienta en el Bombay de 1935) y por las condiciones de género (debido a la perspectiva femenina de la narración). A partir de estas premisas, la directora se enfrenta a un peculiar relato que tiene como eje la precaria situación de las viudas en la India del momento. De hecho, el protagonismo de la cinta recae en una niña de tan sólo ocho años que, al quedar viuda, ha de ingresar en una residencia donde se hacinan mujeres de distinta edad y categoría social. La sensación de asfixiante clausura que transmiten las imágenes del interior, que guardan concomitancias con el mundo lorquiano de La casa de Bernarda Alba, contrastan con los serenos paisajes exteriores. Mehta extrae de su interesante premisa imágenes a menudo conmovedoras que ilustran tanto el desarraigo individual de sus personajes como la situación convulsa de una India donde se abre paso el mensaje pacifista de Gandhi. Todo ello se combina con una subtrama sentimental, protagonizada por una de las compañeras de la niña viuda, y con una denuncia de las condiciones de abuso a las que se ven sometidas las mujeres indias. Además, Agua trasciende el mero retrato de época, ya que su mensaje sigue vigente en la actualidad, tal como se deduce de la apostilla que aparece en los títulos de crédito. Cristaliza así una propuesta original y sugerente, que no llega a ser una excelente película debido algunas caídas en un cierto didactismo antropológico a lo Reader’s Digest y, sobre todo, a un desenlace donde se precipitan los acontecimientos trágicos (suicidios, violaciones) y donde aparece un sosias del propio Gandhi. No obstante, a pesar de sus defectos, Agua es la prueba de que el cine indio existe más allá de las edulcoradas comedias de Bollywood y las epopeyas histórico-mitológicas de cuatro horas de duración.

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Publicado el lunes, 13 de marzo de 2006, a las 17 horas y 34 minutos


[1] Bollywood, no gracias. Uno se va dando cuenta, con el paso del tiempo, que existen peliculas que se pueden ver 100 veces y no quedar saciadas de ellas, en mi caso, el cine hindú no constituye este tipo de films.

...donde esté una buena peli de Kurosawa, o un western de Ford....
Comentado por Silandeiro | 17/3/2006 10:46
[2] Los cinéfilos los prefieren clásicos. De eso no cabe duda. Pero, en fin, de todo tiene que haber en la viña del celuloide.
Comentado por Betaville | 17/3/2006 18:19






Ilustración de Toño Benavides
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