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SHOW BUSINESS. Este cronista guarda el difuso recuerdo de una película de Mel Brooks que vio una tarde de su infancia, en la casa familiar de sus abuelos. Entonces ignoraba quién era Mel Brooks, no había visto jamás a Zero Mostel, y no sabía que aquella película se titulaba Los productores. Ahora, cuando uno conserva en la memoria los mejores gags de El jovencito Frankenstein y de La loca historia de las galaxias, aparece en las pantallas una nueva versión de Los productores que se inspira en el musical de Broadway basado a su vez en el libreto original de Mel Brooks. A partir del vitriólico texto de Brooks, la primeriza Susan Stroman elabora una desquiciada y a ratos muy divertida comedia musical que es un homenaje y una sátira del Broadway clásico.

Los productores según Stroman respeta la historia de Mel Brooks sobre unos productores teatrales al borde de la quiebra que deciden embarcarse en un proyecto ruinoso como único medio de «sanear» sus cuentas deficitarias. La principal diferencia entre ambas cintas, y lo mejor de la nueva versión, reside en las alambicadas coreografías que acompañan la peripecia de sus protagonistas, desde el brillante número de la oficina hasta las imágenes que recogen la puesta en escena de la peor obra teatral nunca vista, esa cima del mal gusto que es Primavera para Hitler. Por lo demás, la película juega tanto con los tópicos de la «extraña pareja», aplicados al peculiar dueto que forman Nathan Lane y Matthew Broderick, como con las convenciones de la screwball comedy, gracias a la presencia de una Uma Thurman que exhibe su inesperada vis cómica. No menos espléndidos están en sus respectivos papeles el autor filonazi interpretado por Will Ferrell y el director de escena homosexual a quien presta su rostro y su voz Gary Beach. Y, aunque el espectador avisado añorará a Zero Mostel y a Gene Wilder, cabe reconocer la excelente dirección de actores de Stroman, que consigue crear personalidades diferenciadas incluso dentro del tono caricaturesco en que se enmarca la acción.

Es cierto que en esta nueva versión se advierten algunos excesos, sobre todo en la primera mitad, que lastran sus resultados. Sin embargo, uno debe reconocer que acabó contagiándose del gozoso torrente visual y de los chistes verbales de una cinta que se vale de lo «políticamente incorrecto» como medio, pero que pretende esbozar una inocente parodia sobre las vicisitudes del mundo del espectáculo. Y, mientras la fábula se dirige a su burlesco e inevitable happy end, la cinta borda su crescendo humorístico con insertos musicales, bromas ligeras y algún que otro gag memorable (las palomas adiestradas que saludan a la manera nazi, el baile a lo Village People en casa del director Gary Beach o el demencial casting de Primavera para Hitler). Al final, Brooks/Stroman sólo pueden suscribir el mensaje por el que se han guiado todos los filmes que Hollywood han sido: «there is no business like show business».

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Publicado el lunes, 3 de abril de 2006, a las 19 horas y 56 minutos








Ilustración de Toño Benavides
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