|
ANCIENNE VAGUE. De latir, mi corazón se ha parado, enigmático título de la última película de Jacques Audiard, vuelve a poner sobre el tapete cinéfilo la manida cuestión de la «política de los autores» cahierista. No en vano, aunque el filme acaparó los principales galardones en la pasada entrega de los «césares» franceses, al director se le sigue vedando el acceso al parnasillo de los «autores». Sin embargo, a la luz de su nueva película, las causas de dicha exclusión obedecen más a los prejuicios arraigados sobre un sello de autor europeo que a un modo determinado de concebir el cine.
De latir... se presenta como el singular remake de una cinta norteamericana de hace casi tres décadas que nadie parece haber visto, incluido este cronista: Fingers, dirigida por el errático James Toback e interpretada por un primerizo Harvey Keitel. De ahí toma Audiard el punto de partida de una película que propone la enésima vuelta de tuerca sobre la dicotomía arte / vida. No obstante, ajeno al torturado esteticismo psicológico de «fílmidos» como La pianista, el realizador apuesta por un planteamiento formal que confía en el buen pulso y en el nervio de la cámara. En ocasiones al borde del histrionismo, pero evitando escrupulosamente caer en él, Audiard sabe llevar la historia hacia su propio terreno. Por eso, tras unos inicios algo titubeantes, De latir... adquiere densidad conforme avanza su desarrollo, y logra los mejores momentos en su segunda mitad, sobre todo en las conversaciones entre un atormentado Romain Duris y su profesora de piano, una japonesa que ignora los rudimentos de la lengua gala. De este modo, el ritmo de thriller y el estilo cercano de los fotogramas cristaliza en un relato de un moderado clasicismo, que se entrega al placer de narrar y que no se pregunta por el sentido último de sus imágenes. Desde esta perspectiva, su director difícilmente puede admitirse en el selecto club de quienes se preocupan más por la sintaxis y la puntuación de las imágenes que por el curso de los acontecimientos. Toda una paradoja si tenemos en cuenta que Al final de la escapada, la película que inauguró la nouvelle vague, no era sino un intento de acometer un género impuro mediante la síntesis entre los moldes narrativos del cine negro y la aproximación a lo que Juan de Mairena definiría como «lo que pasa en la calle».
En tierra de nadie, Audiard consigue sacar adelante un buen filme al que, sin embargo, no le habría venido mal una poda rigurosa en un epílogo demasiado dilatado o en algún secundario prescindible (la novia del padre). De latir... concluye con un desenlace ambiguo donde se demuestra que los padres terribles no siempre engendran monstruos, pero que la redención por el arte no es más que una quimera.
[Versión para imprimir]
[Enviar]
Publicado el martes, 9 de mayo de 2006, a las 13 horas y 20 minutos
[1] Creo que tendrias que enlazar las películas, actores, corrientes, etc. que citas como complemento a la película que estas comentando.
Comentado por
Tella
| 23/5/2006 16:58
|