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HOLLYWOOD EN SUS MANOS (7 Y 1/2): QUENTIN TARANTINO. Fe de erratas. Por motivos meramente nostálgicos, este cronista ha decidido dedicarle un apartado propio a Quentin Tarantino dentro del repaso improvisado al nuevo Hollywood. De este modo, donde en el pasado post se leía «la penúltima entrega de nuestro diccionario portátil», debería leerse «la antepenúltima entrega de nuestro diccionario portátil». Perdonen las molestias.
TARANTINO, Quentin: Entró en el cine con los modales del enfant terrible que se sabe precursor de un nuevo estilo. Con Reservoir Dogs agitó en la misma coctelera los patrones clásicos del cine negro, el sadismo del thriller contemporáneo y un sentido del humor definitivamente malsano. Tras su peculiar revisión del género de atracos imperfectos, entregó Pulp Fiction, filme-emblema del Hollywood independiente de los noventa. Manejando los diálogos como arma blanca y haciendo un uso personal de la elipsis, el director ofreció en Pulp Fiction unas cuantas secuencias tocadas por la mitología cinéfila. El baile entre Uma Thurman y un recuperado John Travolta, la verborrea de Samuel L. Jackson o la presencia de un Bruce Willis interpretando el negativo de sus papeles de vengador anónimo pronto se trasladaron de la pantalla a la retina de los espectadores, del celuloide al póster. Tarantino supo entonces que había iniciado algo peor que una leyenda: una religión en la que se mezclaban en desordenada algarabía la violencia gratuita, los chistes fáciles y la referencialidad rayana en el plagio. Acaso con la intención de desmontar estereotipos que sólo cabía atribuir a sus epígonos, Tarantino volvió a ponerse tras las cámaras con Jackie Brown, película de madurez donde los héroes en declive buscaban la última justificación de su existencia y donde las brillantes coreografías pop habían sido sustituidas por los ritmos apagados del blues. Sin embargo, Jackie Brown, elegía crepuscular escondida bajo el formato de thriller perspectivista, no sedujo ni a los numerosos fans del realizador ni a los críticos que lamentaban su perniciosa influencia entre los recién llegados al séptimo arte. Al margen de polémicas, Tarantino esperó más de un lustro hasta tomar las riendas de Kill Bill, un díptico en que volvía a demostrar que era capaz de hacer del mestizaje de géneros una de las bellas artes. Sin prescindir de sus obsesiones habituales ni de su particular ironía, el desarrollo de Kill Bill también deparaba novedades al espectador. Así, los diálogos ingeniosos perdían importancia frente a una imaginación más visual y una composición más plástica. Ahora los giros argumentales imprevistos y los excesos de hemoglobina se ponían al servicio de estéticas tan dispares como las del cine de artes marciales, el western o el filme de superhéroes. A la espera de un nuevo título, que bien podría ser su largamente postergado proyecto bélico Inglorious Bastards, Tarantino ha seguido exhibiendo su virtuosismo como animador cultural, estrella invitada o amigo del alma. En esta última faceta habría que destacar sus colaboraciones con Robert Rodríguez, desde la fantasía vampírica de Abierto hasta el amanecer hasta el tebeo hiperviolento de Sin City, sin olvidar el homenaje a Hitchcock que cerraba la cinta colectiva Four Rooms. Entre el magnetismo de la serie B y los fulgores posmodernos, entre la estela intelectual de Godard y el laconismo de Peckimpah, Tarantino ha conquistado un territorio propio en la cartografía cinematográfica del nuevo milenio, un espacio que sólo se puede defender sin miedo ni esperanza.
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Publicado el viernes, 23 de junio de 2006, a las 15 horas y 50 minutos
[1] Suin miedo ni esperanza. Descarnada verdad , Betaville.
He allí el quid del riesgo cinematográfico en la aventura fílmica.
Otra vez gracias.
[2] Sin miedo ni esperanza. Descarnada verdad , Betaville.
He allí el quid del riesgo cinematográfico en la aventura fílmica.
Otra vez gracias.
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