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AQUÍ EL ENEMIGO. Con Cartas desde Iwo Jima, Eastwood completa su peculiar retablo sobre la II Guerra Mundial. Y lo hace con la entrega donde el juego de perspectivas es más delicado, pues esta vez la narración está vista desde la mirada del enemigo. Conviene aclarar desde el comienzo que Cartas desde Iwo Jima no es una película rompedora, ni siquiera heterodoxa. La apuesta de Eastwood consiste en humanizar a los japoneses y presentarlos «como si fueran americanos», limando las diferencias culturales mediante dos de los personajes principales, familiarizados con la cultura norteamericana desde antes del conflicto bélico.
Con todo, una vez asumidas las premisas políticamente (casi) correctas de Eastwood, hay que reconocer que Cartas desde Iwo Jima es una muy buena película. Mientras que Banderas de nuestros padres resultaba a veces demasiado expositiva, ya que las claves genéricas se sacrificaban en aras de un discurso crítico sobre la historia, Cartas desde Iwo Jima se presenta como un filme bélico sin coartadas ni giros argumentales que reduzcan su contundencia. Planteado con una estructura coral, el filme de Eastwood alcanza sus mejores logros en la faceta psicológica de los personajes, e incluso crea un magnífico «sargento de hierro» en la figura del general Tadamichi Kuribayashi, admirablemente interpretado por Ken Watanabe. Los dilemas entre familia y patria, ética individual y razón de estado, deber y libertad, aparecen encarnados por los diversos sujetos que cruzan la pantalla, desde el inocente protagonista hasta el ex policía Shimizu o los altos mandos del ejército. Otro de los aciertos de la cinta es la importancia del soporte epistolar, que justifica su título y que permite integrar algunas breves ráfagas de lirismo en medio de la barbarie. La misma labor anticlimática desempeñan los flash backs, algo más discutibles, que ilustran la prehistoria de los personajes a partir de algún acontecimiento presente que funciona como magdalena proustiana o detonante de la evocación. Y tampoco cabe olvidar el excelente pulso que muestra Eatwood en las escenas de combate, que se alejan de las confusiones posmodernas para mostrar con sobriedad espartana la crudeza del enfrentamiento. Todas estas virtudes redimen alguna eventual caída en heroísmos de pacotilla y en hazañas piadosas (por ejemplo, el episodio del soldado de Oklahoma), que parecen inevitables en esta clase de relatos.
En definitiva, Eastwood vuelve a hablar aquí del sinsentido de la guerra en una película que encuentra su mejor baza en la polifonía de voces y de psicologías. Más que un digno complemento de Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima supone su contrapunto y su revisión mejorada. Y es que Eastwood se ha ganado a pulso su condición de clásico contemporáneo en la constelación del star system hollywoodiense.
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Publicado el viernes, 23 de febrero de 2007, a las 22 horas y 03 minutos
[1] cualquiera diria lo mismo
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