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EJERCICIOS DE CALIGRAFÍA (1). El síndrome de Peter Pan sigue vivo. Y no me refiero al hecho de que los cánones culturales hayan dilatado los límites de la juventud hasta casi «el arrabal de senectud», de modo que hoy hay poetas jóvenes de casi cuarenta años y muy juveniles artistas plásticos rayanos en la cincuentena. No. Hablo del Peter Pan auténtico, de ese niño algo rebelde y bastante respondón que imaginó James M. Barrie en los albores del siglo XX. En los últimos años, la criatura ficcional soñada por Barrie ha suscitado varias adaptaciones cinematográficas, desde la imaginativa e incomprendida Hook, de Spielberg, hasta la reciente Peter Pan, aplicado trabajo de artesanía dirigido por P. J. Hogan. También, al aliento del celuloide, han surgido diversas monografías sobre el demiurgo de Campanilla, e incluso algunas versiones noveladas sobre los avatares vitales de Barrie. Entre estas últimas, destaca Jardines de Kensington, una interesante novela publicada en 2003 por el argentino Rodrigo Fresán que alterna una fantasía pop ambientada a comienzos del desencanto sesentayochista con una recreación de las peripecias biográficas de James M. Barrie. Como suele suceder en esta clase de ejercicios metagenéricos, al final acaba resultando más atractivo el soporte realista (la vida de Barrie) que la propuesta ficcional (que combina la iconografía de los happy sixties con una voluntad de mistificación de ascendencia borgeana).

Pues bien, teniendo en cuenta todos estos precedentes, me precipité al cine con mis mejores expectativas y renovadas ilusiones de cinéfilo irredento nada más saber del estreno de Descubriendo Nunca Jamás, el filme de Marc Forster que prometía indagar en los entresijos existenciales de Barrie. Pero, tal como últimamente me viene sucediendo con el celuloide oscarizable, poco a poco mis esperanzas se vieron frustradas. Descubriendo Nunca Jamás es una película decepcionante, tanto para quienes busquen en ella un fiel reflejo de la biografía de James M. Barrie como para quienes esperen una suntuosa reconstrucción de época al estilo de los cuadros vivientes de James Ivory. A los primeros les irritarán las numerosas licencias históricas que se toma el filme. En primer lugar, Barrie era un hombre abrumado por su baja estatura, de modo que se aviene más bien poco con las hechuras físicas de Johny Depp. En segundo lugar, el inventor de Peter Pan conoció ciertamente a Sylvia Llewelyn Davies, pero no cuando ésta era una flamante viuda, sino cuando aún estaba casada con el empleado de banca Arthur Llewelyn Davies. De hecho, Barrie contribuyó económicamente para intentar curar, en vano, el cáncer de mandíbula que acabó con la vida de Arthur. En tercer lugar, la relación de Barrie con su esposa Mary, a quien tal vez eligió porque era todavía de menor estatura que él, nunca fue tan tortuosa como se presenta en la película. Pasado algún tiempo de matrimonio, ambos decidieron de mutuo acuerdo llevar vidas separadas, aunque siguieron compartiendo durante algún tiempo el mismo techo. Finalmente, la película de Forster pasa por alto las desgracias que vivieron los hijos de los Llewelyn Davies durante los años cercanos a la Primera Guerra Mundial (muertes en los campos de batalla, suicidios, accidentes fatales), que llevaron a los periodistas de la época a hablar de una auténtica «maldición de Peter Pan».

Sin embargo, uno sabe que Hollywood es una maquinaria de mentiras con los engranajes bien engrasados y está dispuesto a disculpar las imprecisiones, falsedades y manipulaciones encaminadas a convertir a la persona en personaje. Lo que no resulta perdonable para este cronista es la tonalidad desangelada que destila el celuloide. En este sentido, ni las evocaciones estéticas del montaje teatral de Peter Pan, ni la proyección de las fantasías del escritor (esas escenas de celuloide rancio y dibujos animados, ¡ay!, sin el encanto de la serie B), ni la recreación de la Inglaterra de principios de siglo consiguen transmitir la magia a la que aspiran sus imágenes. No se trata de que la película sacrifique la visión de época en aras de la indagación psicológica en los personajes. Simplemente, Forster no está dotado para la captación de ambientes pretéritos, pero tampoco tiene material suficiente para proporcionar intensidad melodramática a su propuesta, sintetizada en la improbable química entre el binomio Winslet-Depp. Por cierto, especialmente desacertada es la interpretación de Barrie que hace este último. Es curioso que Depp escoja el registro hierático de Eduardo Manostijeras para encarnar a un personajillo esquivo, nervioso y polifacético como Barrie, a quien le convenía mucho más el entusiasmo infantil que el actor supo insuflarle a Ed Wood.

En síntesis, Descubriendo Nunca Jamás es una de esas películas-cebolla a quien uno va quitando capas poco a poco hasta quedarse con el vacío más absoluto: ni crónica biográfica fidedigna, ni fresco histórico, ni folletín desmelenado. Parece que, después de todo, Leopoldo María Panero tenía razón cuando escribía, en su poema «Unas palabras para Peter Pan»: «No hay nada detrás del espejo […] Peter Pan no existe». Nunca Jamás, a juzgar por la visión que ofrece Forster, tampoco.

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Publicado el lunes, 14 de febrero de 2005, a las 21 horas y 12 minutos


[1] Mentiras piadosas. Dime por lo menos que Johny Depp está bien, por lo menos que está bueno, dime algoooooo
Comentado por Ana | 15/2/2005 00:22
[2] Jamás nunca. ¿Qué me dices de la banda sonora?
Comentado por Malp | 15/2/2005 00:31
[3] Una para ver en la tele. ale, un peso que me quitas de encima, esta no voy a verla. Y eso que lo único que me llamaba en realidad era el Sr. Deep, como a Ana, pero de diferente manera.
Comentado por David Gil | 15/2/2005 17:37
[4] putos. putos putos
Comentado por anonimo | 16/4/2005 19:17 | putos






Ilustración de Toño Benavides
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