VIDAS AJENAS. Malas temporadas, tercera película de Manuel Martín Cuenca tras
El juego de Cuba y
La flaqueza del bolchevique, supone una cierta decepción, sobre todo teniendo en cuenta los logros nada desdeñables de su anterior filme. No obstante, hay que reconocer al menos que
Malas temporadas es una apuesta arriesgada dentro del mortecino panorama del cine español de este año. Se trata de una película coral donde las vidas de diversos personajes (un ex presidiario, la trabajadora en una ONG, el retraído hijo de ésta, un peculiar «marchante» de arte) acaban ligadas por un tenue hilo ficcional. En este sentido, la cinta sigue el modelo de
Vidas cruzadas, adaptación de varios cuentos del novelista Raymond Carver realizada por Robert Altman, o de la más reciente
Magnolia, de Paul Thomas Anderson. Como las anteriores,
Malas temporadas resulta también un filme desequilibrado, aunque hay que reconocer que los defectos que afectan al filme de Martín Cuenca son más graves que los que empañaban las innegables virtudes de los títulos norteamericanos antes reseñados.
El problema de
Malas temporadas reside en su voluntad de adoptar una perspectiva naturalista, que en ocasiones se confunde con una sordidez gratuita. En una película basada en el estudio psicológico de varios personajes, el guión debe ser la pieza clave del relato. Y en
Malas temporadas hay bastantes lagunas argumentales. Parece evidente que «sobra» el personaje interpretado por Leonor Watling, un cruce entre paralítica y
femme fatale harto bizarro y que aporta poco a la narración, aunque consume bastantes minutos en pantalla. Tampoco se entiende por qué han de aparecer dos casos con desenlace trágico en la ONG en que trabaja uno de los personajes principales, cuando con una sola de las historias ya cumplía la función narrativa que buscaba el realizador. Finalmente, y a pesar de su loable esfuerzo interpretativo, el personaje de Javier Cámara no acaba de ser creíble, ya que difícilmente pueden convivir en un mismo individuo el racionalismo y la actitud obsesiva que demuestra el personaje en sus distintas facetas. En suma, una mejor distribución de los materiales dramáticos y una poda en el metraje del filme habrían hecho de
Malas temporadas el relato solvente y sin concesiones que probablemente pretendía rodar Martín Cuenca. Así, sólo queda la nostalgia de las posibilidades, acaso la intuición de que otro realizador, barajando las mismas cartas de distinta manera, habría conseguido un póquer de ases.