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DE VUELTA. Butaca de pasillo. A mi izquierda, un tipo pendiente del teléfono, aunque no habla ni escucha música: parece que espera; pierde la mirada, ajeno al paisaje y la película, aguardando quizá una llamada. Delante, al otro lado del pasillo, una chica con auriculares abre un ordenador y se conecta a Internet para chatear, entre otros, con un chico al que además contempla en una pantalla que cambia de imagen cada diez o quince segundos. Cierro los ojos. Los abro un centenar de kilómetros más tarde. Una señora vocea: «No puedo gritar más porque estoy en un autobús y molesto… Mañana nos vemos… Agur, buenas noches… No me llames abuelita… Seré abuelita cuando seas mayor y tengas hijitos. Buenas noches… Agur». La chavala continúa tecleando. Mi compañero de viaje seguro que la envidia: duerme aferrado al teléfono. Media hora más tarde, cuando despierta, se lo guarda en el bolsillo.
Publicado el viernes, 21 de septiembre de 2007, a las 1 horas y 33 minutos
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