PORNOGRAFÍA MORAL. Penúltimo capítulo de
Roma, en el autobús, la batería del ordenador quizá resista hasta Lerma, hasta que Bruto se cepille a Julio César en la última entrega de esta magnífica serie televisiva. Tito Pullo, un guerrero que malvive en tiempos de paz, va a morir en el circo. Sin luchar, no quiere enfrentarse a cuatro gladiadores. Pero los gladiadores, confiados –no les apetece matarlo sin pelear–, le pican, le irritan, insultan a su legión. Se equivocan. Tito Pullo reacciona, los liquida y acaba con dos o tres oleadas más de gladiadores. La plebe que le abucheaba le vitorea. Entonces aparece un gladiador monstruoso, con el que Tito Pullo, malherido, ya no puede combatir. Cuando el matarife va a darle el golpe de gracia, Lucio Voreno, compañero de fatigas de Tito Pullo, salta al coso. No puede dejar morir a su amigo. Lucio Voreno lucha con el coloso y, aunque éste le hiere, logra batirlo. Quizá un burgués pusilánime como yo encierra, en alguna capa oculta pero latente, un soldado como aquellos legionarios, porque contemplo la escena con envidia: tal vez porque quisiera contar con un amigo como Lucio Voreno o Tito Pullo, o porque, cuando pinten bastos, me gustaría batirme, empuñar una espada, encarar a la muerte y al dolor como uno de aquellos hombres.