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JAVIER MARÍAS. En El País: «Nuestra sociedad invita a paralizarse, a no tener iniciativa, a no hacer ni aceptar nada, a estarse quieto. Si uno tiene algún proyecto o quehacer por cuenta propia, claro está. En ese caso, no me cabe duda, no hay como decir que no a todo para poder dedicarse a lo que le interesa de veras y lograr, tal vez, alguna cosa de provecho».

Publicado el lunes, 2 de abril de 2007, a las 1 horas y 55 minutos

DIÁLOGOS (II). En casa.

—¡Papá!
—¿Qué?
—No trabajes con el ordenador. ¡Juega!
—No puedo. Los padres tenemos que trabajar para tener dinero.
—No pasa nada. Tienes tarjeta. ¡Juega!

Publicado el lunes, 9 de abril de 2007, a las 17 horas y 51 minutos

SENDA SOPRANO. Tío Junior dispara a Tony Soprano al comienzo de la sexta temporada de la serie. Después de superar el coma, tres o cuatro capítulos más tarde, nuestro héroe revela a su loquera que ya no le respetan tanto como antes. Ella le suelta algo así como que los demás sólo ven de nosotros lo que mostramos, así que el bueno de Tony, aún convaleciente, se lo piensa, echa un ojo a los bíceps tatuados de sus matones, se inventa un pretexto y se lía a mamporrazos con su nuevo guardaespaldas, un descerebrado forrado de músculos. Vence, cómo no, pero luego se refugia en el baño y vomita…

Saciado pero no empachado, vuelvo a correr al día siguiente de empezar a devorar la, por desgracia, última temporada de Los Soprano, cuatro meses después de la neumonía. Detrás de la portería sur del campo de fútbol de Górliz hay un pequeño circuito para coches teledirigidos. Dos individuos de mi edad, lustro más o menos, juegan con unos cacharros de esos, mientras corro alrededor del campo, escuchando música. Yo diría que se aburren como ostras. Prefiero no imaginar qué pensarán de mí: sigo la senda de Tony, así que corro un día tras otro, de miércoles a sábado, a pesar de las agujetas y los crujidos… hasta que de repente un simple escalón se convierte en un precipicio para una de mis rodillas. Seis días más tarde aún cojeo.

Publicado el martes, 10 de abril de 2007, a las 16 horas y 33 minutos

JORGE EDWARDS. Después de leer El inútil de la familia, de Jorge Edwards, ya sé el nombre de una de mis dolencias: «Tenía el esprit de l’escalier, el espíritu de la escalera, lo cual consiste en tener ocurrencias con retardo, en descubrir el mejor argumento cuando la discusión ha terminado y ya se bajan las gradas de la escalera que conduce a la puerta de la calle».

Publicado el viernes, 13 de abril de 2007, a las 23 horas y 43 minutos

¿ES POSIBLE DESENGANCHARSE?. Pongamos que te tiras sin entrar en Internet cinco días, el mayor récord en el último lustro: abres el navegador, te quedas embobado delante de la página de inicio y, lagarto, lagarto, apagas el trasto y sales corriendo, huyendo, del despacho. Pero luego vuelves, no queda otra.

Publicado el miércoles, 18 de abril de 2007, a las 18 horas y 31 minutos

¿ME DA LA HORA?. No quiero ser escritor, pero ojalá tuviera tiempo para escribir. ¿Alguien hastiado o aburrido puede prestarme cuatro o cinco días a la semana un par de horas? Aunque no suelen servirme las nocturnas ni las digestivas, si veo que no las uso las devuelvo. También estaría dispuesto a compartir los derechos de autor si llego a parir algo rentable.

Publicado el lunes, 23 de abril de 2007, a las 15 horas y 42 minutos

CUTREFORISMO. Dicen, tal vez con razón, que de los errores se aprende. Pero eso no consuela a quienes metemos la pata hasta el fondo.

Publicado el martes, 24 de abril de 2007, a las 17 horas y 30 minutos

VEINTIDÓS AÑOS: ALGO ADECUADO. Se han ido y no me han dejado cena. Come lo que quieras, pone la nota.

... mastico la corteza y termino el queso y luego como unas sardinas, con cabeza y todo. Después sorbo dos huevos crudos: parece de anuncio, pero desde que lo pruebo todo he descubierto sabores sorprendentes, placeres insospechados.

Voy a mi habitación. Luego volveré a la cocina para empacharme del todo. Tengo ganas. Mientras, pongo un disco y comienzo un relato de un escritor de moda. Algo sobre un hombre que no sabe si ir al teatro. Intenta ser inquietante.

No me distraigo de la lectura porque el cantante repita viólame, suelo leer con música de fondo. Ni tampoco porque las frases no se acaben de puro largas, en su día Thomas Mann me costó lo suyo y ahora proclamo que Doktor Faustus es el mejor libro que se ha escrito nunca. Dejo de leer porque un bichito revolotea sobre el flexo, cerca de mis ojos. En cuanto lo veo aplaudo asesinamente.

Mierda, he fallado: no hallo rastros del mosquito en las manos.

Sigo leyendo. Al rato, distraído otra vez —de inquietante, nada—, encuentro al bicho de antes posado encima de un tocho que me pasaron ayer, una novela de un americano que dicen que es una pasada de sangrienta.

Se ve que por culpa de las ondas expansivas de mis palmadas se ha quedado alelado, porque cuando me inclino hacia él apenas se mueve. Podría aplastarlo con un solo dedo, pero ahora me da asco tocarlo, a pesar de que antes he intentado apachurrarlo con las manos.

Busco algo, mientras el insecto desciende por el lomo del libro y se pasea, desafiante, por la mesa.

Encuentro algo adecuado. Cojo de la pila de discos la caja de arriba, apunto bien, la suelto y... ¡zaca!, una vida menos en este mundo masificado y moribundo.

Pienso en alguien más grande que yo buscando algo adecuado para mí. Pero paso de comerme el coco y justo cuando el cantante dice que le va de puta madre, suelto otra vez la caja y remato al bicho, que aún se movía un poco.

No es de esos que revientan y lo pringan todo. Está medio aplastado, pero entero. Podría cogerlo...

Cambio de libro. Leo una tortura concienzuda, y a ratos lo miro. Por fin, suavemente, lo despego de la mesa con las yemas del pulgar y el índice de la mano derecha, como si cogiera una aceituna.

Publicado el domingo, 29 de abril de 2007, a las 11 horas y 09 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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