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VIDAS EJEMPLARES: SOBRE ALEJANDRO MAGNO Y EL AVIADOR. Los azares de la distribución cinematográfica han querido que coincidan en la cartelera de comienzos de año dos películas en apariencia muy distintas, pero que, sin embargo, presentan varios aspectos en común: Alejandro Magno, de Oliver Stone, y El aviador, de Martin Scorsese. A pesar de su distinto andamiaje retórico, ambos filmes remiten en el fondo a una misma cuestión: el papel de los héroes en tiempos oscuros. Poco importa que el primero se localice en la Babilonia clásica y el segundo en la fábrica de sueños de Hollywood, sendos ejemplos de efervescencia artística y de relajamiento moral que a menudo se han visto ligados en la memoria cinéfila. El eje de las dos propuestas es el retrato de sus protagonistas, para lo cual Stone y Scorsese, pertenecientes acaso a la última promoción de directores-autores, han dado sobradas pruebas de talento: basta recordar el celuloide revisionista de Stone sobre algunos presidentes norteamericanos de la segunda mitad siglo XX —JFK, en los aledaños del filme de tesis, y Nixon, más próximo al biopic convencional—, o las poco complacientes biografías de Scorsese sobre la historia universal —desde Toro salvaje, dedicada al boxeador Jack LaMotta, hasta la polémica La última tentación de Cristo, que tenía el buen gusto de prescindir de las fanfarrias proféticas que lastraban «la pasión según Gibson»—. El caso es que, en principio, nadie parecía más indicado que Stone para llevar a buen puerto una relectura épica de la figura de Alejandro Magno, y difícilmente cabía imaginar a alguien mejor preparado que Scorsese para retratar los claroscuros de la vida del magnate Howard Hughes, capaz de alternar su gran pasión por la aviación con otras más bajas en que se vieron involucradas algunas de las fotogénicas actrices y starlettes del Hollywood clásico.
No obstante, a juicio de este cronista, las dos películas presentan un problema similar, derivado tal vez de la política empresarial de los grandes estudios, pero no atribuible exclusivamente a dicho modo de producción: Alejandro Magno y El aviador son mucho más convencionales que el grueso de la filmografía de sus directores. Sorprende, pues, que dos maestros como Stone y Scorsese hayan ofrecido la espantá por respuesta cuando se esperaba de ellos que salieran a hombros después de descabellar limpiamente sus ficciones. Al final, la faena se salda con mucho salto de la garrocha y algún que otro salto de la rana, con denominación original de Córdoba. Sin embargo, ¿dónde reside el punto débil de las películas? ¿Se trata de errores inherentes a su propia naturaleza o simplemente dan prueba de que hasta Homero duerme (e incluso ronca) de vez en cuando?
Decía el poeta que nada es verdad ni mentira, sino todo lo contrario, es decir, «del color / del cristal con que se mira». Pues bien, en el cine, (casi) todo se reduce a un problema de perspectiva. Y aquí es donde a Stone y a Scorsese les falla su programa. La propensión al espectáculo «bigger than life» les lleva a adoptar una lente de aumento que, a la larga, acaba por deformar, como los espejos de Valle, la realidad que quieren reflejar. Es cierto que ambos directores no escatiman, y hasta se regodean con cierta morosidad, en las facetas turbulentas de sus personajes, ya sea el pansexualismo psicotrópico de Alejandro o la neurosis obsesiva de Hughes. Con todo, esta visión, lejos de humanizar a dichos personajes o de equilibrar la balanza en el inventario de defectos y virtudes, contribuye a enfatizar aún más su singularidad. Así, Alejandro Magno y Howard Hughes adquieren tintes de profetas iluminados, por encima de la mediocridad de la condición humana a la que se acomodan los demás personajes de la función. Y, por la vía de la locura, no muy distinta de la enajenación del místico, ambos realizadores incurren en el único pecado no venial por el que merecen que se les eche el confesionario encima: la glorificación de sus protagonistas.
La hagiografía, ya se sabe, siempre resulta más menos divertida que la desmitificación, a la que Stone y Scorsese han sido proclives en algunos de sus títulos más emblemáticos (Asesinos natos y ¡Jo, qué noche, respectivamente). En cambio, ahora no son los directores, sino los personajes, quienes dictan las reglas del juego. Lejos de mostrar los excesos a los que conduce la ambición, Alejandro Magno se reduce a un catálogo de hazañas bélicas sazonado por algunos discursos más o menos pintorescos, uno de ellos atribuido nada menos que a Aristóteles. A su vez, frente a las posibilidades de indagación en la trastienda del sueño americano, El aviador sacrifica las aristas biográficas de Hughes en aras de un canto sobre las virtudes de la autoayuda y la superación. Y, en consecuencia, no tardan en aparecer en las dos películas algunas incongruencias reseñables. Scorsese despeña a su personaje por los abismos de la locura para volverlo a sacar indemne un par de secuencias después, en una metamorfosis que sorprendería incluso al ave fénix. Así, de un plano a otro, Hughes pasa de recolectar sus frascos de orina a hablar ante un tribunal como el sabio Salomón, con mucha pompa y circunstancia. Y qué decir del gran acierto de casting de Oliver Stone, quien, para no ir en menoscabo de la fidelidad (no histórica, sino lógica) de la función, nos propone a una Angelina Jolie algo más jamona de lo habitual como madre de Colin Farrell. Teniendo en cuenta que la Jolie tiene un año más que Farrell, y que su personaje aparece sin arrugas visibles, puede deducirse el curioso efecto que provoca tan extraño parentesco. Tampoco tiene desperdicio el trasfondo moral de las ficciones. Mientras que Scorsese invierte tres horas de metraje en defender el derecho de los ricos y famosos a ser cada vez más ricos y famosos, Oliver Stone, algo más cínico que su colega, menciona de pasada algunos «genocidios menores» de Alejandro, pero éstos, nos dice, son gajes del oficio. Y, con la finalidad de subrayar este mensaje, filma en algunos momentos climáticos a un águila recién salida de un poema de William Blake que (suponemos) metaforiza las nobles ínfulas imperiales del héroe.
En suma, ambas películas demuestran que, en el cine contemporáneo, el género biográfico requiere o bien un cierto distanciamiento crítico (Man on the Moon, de Milos Forman), o bien una postura abiertamente irónica (Ed Wood, de Tim Burton) para resultar convincente. Por lo demás, ya sabíamos que en el Hollywood actual están de moda los superhéroes. Pero, puestos a elegir, uno se queda con Spiderman.
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Publicado el lunes, 17 de enero de 2005, a las 20 horas y 54 minutos
[1] ¿Las veo?. ¿Y ahora qué hago? ¿Las veo? Estaba dudando, las megapromociones me estaban espantando y ahora, después de leerte, creo que las dos se han convertido en carne de videoclub. Ya veré qué hago cuando me las encuentre allí.
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Franz | 17/1/2005 21:04
[2] ¿Hay algo mejor?. Esa es la cuestión. Vas al cine y te encuentras con El aviador, Alejandro Magno y poco, poco más. Si te apetece ir al cine, vete a verlas.
Comentado por
Golia | 18/1/2005 14:28
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