LAS ALAS DEL MURCIÉLAGO. Batman begins, el nuevo filme protagonizado por el hombre-murciélago más famoso del celuloide, se suma a la dudosa moda de la «precuela» para indagar en la genealogía mítica de Bruce Wayne. Este cronista tenía curiosidad por comprobar cómo abordaría Christopher Nolan, el director de la excelente
Memento, el reto de narrar las aventuras de tan singular personaje. Lejos de las góticas entregas rodadas por Tim Burton y de las burocráticas películas de Joel Schumacher, el desafío de
Batman begins se salda con un resultado ambiguo, ya que, aunque la cinta contiene buenas secuencias, deja un cierto sabor a decepción.
Lo mejor de
Batman begins es el carácter «adulto» que Nolan ha querido imprimir al personaje y, por extensión, a su propuesta. Con esta finalidad, el filme se inscribe en una cierta vertiente psicoanalítica del cine de superhéroes, en la línea de
Hulk, de Ang Lee, pero sin pagar el precio de tener que mostrar a un protagonista de color verde y con graves problemas de sobrepeso. Aunque los inicios de este Batman corren el riesgo de desconcertar al espectador más predispuesto, con su heterodoxa mezcla de pensamiento zen, artes marciales y paisajismo ornamental, pronto Nolan descubre su baza cinematográfica: el relato de los orígenes del héroe permite humanizar al protagonista, al convertirlo en un tipo «normal», cercado por los mismos temores que cualquier habitante de la corrupta Gotham City (véanse las reiteradas escenas que insisten en la idea de la fobia de Wayne hacia… los murciélagos). Sin embargo, cuando la película se adapta a los patrones de la narración de superhéroes convencional,
Batman begins pierde parte de su encanto. A pesar de que Nolan es un magnífico creador de atmósferas, no parece encontrar un tono uniforme para la película, que se acomoda mejor al género policíaco o al de espionaje que al de superhéroes (no en vano, los inventos de Morgan Freeman no desmerecen de los ingenios de los que se servía James Bond). Aquí se echa en falta una mayor proximidad con el lenguaje del cómic, del que sí supo valerse Burton mediante una puesta en escena barroca,
grand-guignolesca y, finalmente, paródica. En este sentido,
Batman begins es demasiado «contenida» por lo que respecta a su imaginería visual. Paradójicamente, la película esboza sus apuntes más sugerentes cuando se ciñe al plano más o menos realista (la descripción de la gruta donde vive Wayne) que cuando se deja llevar por el impulso fantástico (las alucinaciones colectivas ocasionadas por el malvado de turno).
Por último,
Batman begins se beneficia de un elenco actoral más que notable, de tal modo que Christian Bale se ve escoltado (y a veces eclipsado) por intérpretes de la talla de Liam Neeson, Morgan Freeman, Gary Oldman o un Michael Caine que aporta soterrada ironía y flema británica a la función. Este personaje, un calco burlesco del Anthony Hopkins de
Lo que queda del día, da la medida de la heterogeneidad de la película, debida antes a la ausencia de un timbre bien definido que a la determinación programática de rodar un
film-fusion. En definitiva, pese a los esfuerzos de Nolan, el
Spiderman de Sam Raimi sigue solo en el alero del Empire State Building, metáfora del imposible Olimpo de los superhéroes.