AMÉLIE IN VITRO. Semen, una historia de amor, la segunda película del tándem formado por Daniela Fejerman e Inés París, se caracteriza por huir del realismo costumbrista imperante en las comedias españolas contemporáneas y buscar nuevos espacios de inspiración en un cierto tono onírico que a veces desemboca en el humor del absurdo. Y, aunque el intento no llega a cuajar en un resultado redondo, cabe destacar al menos el riesgo de la propuesta y la originalidad en el desarrollo del relato. Así, a partir de un planteamiento propio de una teleserie de sobremesa, las realizadoras despliegan un abanico de situaciones pintorescas (paternidades insospechadas, raptos, equívocos) que a menudo se resuelve en una gozosa pirueta cómica. De hecho, la referencia al mundo del circo no parece gratuita en este filme, que se arriesga al «más difícil todavía» y juega al triple salto mortal sin red, pese a que en ocasiones el argumento sufra algún que otro descalabro.
Las virtudes de la película deben buscarse antes en los
gags visuales y en su capacidad para recrear situaciones imprevisibles que en la progresión del relato o en la definición de los personajes, por lo general bastante desdibujados (con la salvedad del protagonista, interpretado por Ernesto Alterio). Así,
Semen se beneficia de momentos espléndidos, sobre todo cuando decide mostrar el papel del azar en la narración o cuando escoge el camino del hibridismo genérico —la larga secuencia musical del paseo de los personajes por las distintas estaciones del año, que recuerda por igual a
Notting Hill y a
El otro lado de la cama—. Del mismo modo, las peripecias de Ernesto Alterio en el filme no son muy distintas de las que sufría la Amélie imaginada por Jeunet en su periplo sentimental. Sin embargo, no todas las subtramas de la película son tan convincentes; por ejemplo, uno echa de menos algo más de vida en el papel de Héctor Alterio o un mayor desarrollo en los personajes femeninos, cuyos ecos mitológicos apenas funcionan como excusa para un par de chistes a costa de la
Odisea.
En fin,
Semen resulta sorprendente por su imaginación visual y por su voluntad de abrir nuevas vías narrativas en el mortecino panorama de la comedia nacional. Ahora sólo hace falta que las directoras sean capaces de dominar su capacidad fabuladora y de liberarse de ecos cinéfilos demasiado evidentes. Si perseveran en esta senda, tal vez logren entroncar con un humorismo que tiene precursores teatrales tan ilustres como Mihura o Jardiel Poncela. Para que luego digan que el cine español sabe a realismo y tortilla de patatas.