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EL REINO DE ESTE MUNDO. Princesas, la última película de Fernando León de Aranoa, mantiene una congruencia interna con el universo cinematográfico de su director y un claro compromiso con lo que se ha llamado, de manera tan simplista como efectiva, «cine social». Sin embargo, Princesas no es un filme social al uso, o, al menos, no lo es en la medida en que en él importa menos el hecho sociológico de la prostitución (por ejemplo, el debate acerca de su posible legalización) que el retrato de los personajes que cruzan la pantalla. En este sentido, Fernando León sacrifica la mirada a la realidad exterior en aras del análisis psicológico de sus personajes. Es en esa decisión donde reside la principal valentía del filme y donde cabe ubicar sus principales logros.

El reto que el director afronta en Princesas es de parecida complejidad al que ya había asumido en sus dos filmes anteriores, los interesantes pero irregulares Barrio y Los lunes al sol. Si en el primero Fernando León se había metido en la piel de unos adolescentes en un barrio deprimido y en el segundo en la de unos parados de mediana edad en una ciudad industrial gallega, ahora debe hacer creíble a un personaje no menos difícil: el de una prostituta madrileña. Y cabe admitir que el realizador sale bien parado del desafío. De hecho, el personaje magníficamente interpretado por Candela Peña no es un mero estereotipo, sino que durante la función consigue transmitir una imagen cercana y alcanzar una cierta complicidad con el espectador. A ello contribuyen tanto la parquedad argumental de la película, a veces próxima al lenguaje del documental, como la naturalidad de buena parte de los diálogos, construidos sobre una dramaturgia de nítida base teatral. Lástima que en el preciso engranaje de Princesas haya algunos detalles que no acaben de armonizar en el conjunto. Por ejemplo, el núcleo familiar de la protagonista, aunque intente justificarse por la voluntad de huir de los tópicos, no resulta verosímil; así, en las escenas corales, el personaje de Candela Peña parece más una vecina invitada que un miembro de dicha familia. Tampoco el realizador escatima algunas escenas sórdidas (el episodio de los baños del restaurante) que, en lugar de aumentar el impacto en el espectador, acaban restándoselo por su excesivo tremendismo. Y, sobre todo, la notable historia de amistad entre la protagonista y una prostituta dominicana se ve lastrada por un desenlace demasiado demostrativo que, paradójicamente, va en detrimento de la sobriedad tonal de la cinta.

Son éstos, en fin, «peros» menores de una película que, sin ser excelente, al menos logra escapar a los tics habituales del «cine de tesis» y permite albergar fundadas expectativas acerca de la «mala salud de hierro» del cine español.


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Publicado el jueves, 8 de septiembre de 2005, a las 20 horas y 19 minutos








Ilustración de Toño Benavides
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