MAGIA POTAGIA. El secreto de los hermanos Grimm, la esperada nueva película de Terry Gilliam, es un filme tan atractivo como desequilibrado. De hecho, el retrato burlesco de los protagonistas (unos sosos Matt Damon y Heath Ledger) contrasta con el trasfondo onírico de la narración. Así, mientras la definición de los personajes principales y las anécdotas secundarias se atienen a una suerte de remozada picaresca, la atmósfera de la película se halla traspasada por un clima malsano propio del cine fantástico. Esta confluencia de elementos dispares —más una amalgama que una aleación— provoca cierto aturdimiento en el espectador. Quien acuda a ver
El secreto de los hermanos Grimm esperando un mero despliegue de pirotecnia saldrá probablemente tan defraudado como quien busque una fiel recreación de los cuentos de los hermanos Grimm. Este carácter híbrido explica tal vez el fracaso de la película, demasiado refinada para los paladares de Hollywood y demasiado tosca para los críticos sesudos, como pudo comprobarse tras su pase en la Mostra de Venecia.
Y, sin embargo,
El secreto de los hermanos Grimm tiene un raro encanto que compensa sus vacilaciones estilísticas y sus ocasionales salidas de tono. A estas alturas, cualquier espectador bien informado sabe que el ex-Monty Python Terry Gilliam (
Brazil,
Doce monos) es uno de los pocos directores que aún conciben el cine como un ejercicio de taumaturgia. Gilliam maneja la cámara como el mago su chistera. Y domina sus trucos. Así, las oblicuas referencias a
Hansel y Gretel,
Caperucita Roja o
La bella durmiente se vierten en imágenes precisas que consiguen escapar a la trivialidad. Gilliam acerca su relato a los lindes del cuento gótico mediante una subtrama de hombres-lobo, niñas secuestradas y reinas que se resisten al paso de la edad y esperan el beso que las devuelva a la vida. Aquí se encuentra sin duda lo mejor de la película, que pierde interés cuando se centra en las discusiones bizantinas de los hermanos Grimm o cuando pretende ofrecer un desmitificado lienzo histórico (la parte concerniente al capitán francés encarnado por Jonathan Pryce).
En suma,
El secreto de los hermanos Grimm consigue contrarrestar sus numerosas deficiencias narrativas con una portentosa imaginería visual. Es cierto que se trata de un filme irregular, pero, como me decía el otro día un amigo, “hay cosas que sólo se ven en una película de Terry Gilliam”.